Chicuarotes ¿vale la pena?
El trabajo de dirección más reciente de Gael García Bernal ha sido blanco de una crítica polarizada; desde aquellos que alaban todo lo que la mano del charolastra toca -y más aún con el pretexto de tratarse de una cinta que pisó Cannes-; hasta aquellos que no encontraron en el film una propuesta congruente y firme con respecto a la temática central: el México más vulnerable, el México pobre.
En ese mar de opiniones, cada vez es más difícil encontrar verdaderas razones para decidir si debemos o no ver una película, especialmente cuando de cine nacional se trata. Y es que es verdad que en lo que va del siglo predominaron las absurdas comedias románticas protagonizadas por las figuras de moda e incluso con los patiños del momento; pero también es justo reconocer que desde hace un par de años nuestro cine goza de nuevas propuestas que van cobrando fuerza para quitar el estigma de nuestras producciones.
Bajo este contexto, Chicuarotes es una cinta obligada. Es cierto que como Buñuel o Ismael Rodríguez pocos han vuelto a retratar con gracia las carencias en México, y sí, quizá Heli, La Jaula de Oro, El Violín o Las Elegidas (donde también actuó Leidi Gutiérrez) omiten toda sutileza en sus retratos no diluyen la problemática con gags como lo hace Chicuarotes; pero nunca está demás voltear hacia la juventud desde una mirada distinta a la superficialidad de la cuestión hormonal.
En su guión, la cinta también encuentra demasiadas coincidencias. Luego de que los protagonistas Cagalera (Benny Emmanuel) y Moloteco (Gabriel Carbajal) deciden asaltar un microbús, un “amigo” les cuenta sobre la posibilidad de comprar plazas en gobierno por 20 mil pesos, misma cantidad que poco tiempo después les ofrecen a cambio de asaltar una tienda. Aunque el robo se verá frustrado, este tipo de conveniencias le restan credibilidad a la historia; sin embargo, es justo reconocer la facilidad con la que Augusto Mendoza esquivó lo predecible.
A su favor, Chicuarotes tiene a García Bernal, no sólo por la exposición que le da; sino porque su trabajo en la dirección actoral es digno de aplausos, y aquí hay otro del porqué amerita el apoyo en taquillas; pues abre nuevos espacios para jóvenes talentosos que pueden abrirse camino frente a una industria cuyos contratos suelen privilegiar a quienes aparecen frecuentemente en la sección de sociales en revistas y periódicos.
Finalmente, debemos romper con los falsos nacionalismos que nos hacen aplaudir el trabajo de tan sólo cinco o seis mexicanos. Chicuarotes merece una oportunidad por el simple hecho de ser una propuesta distinta en el cine mexicano. La película es ágil y el humor -a veces negro- la dota de un ritmo que no cansa; dejemos atrás los aires snobistas, aun con sus fallas, es un buen momento para abrir nuestra mente más allá del triángulo amoroso de final feliz.
Chicuarotes es un buen ejercicio para entrenar nuestro ojo y prepararlo para las producciones nacionales que nos dejará en un par de meses el Festival Internacional de Cine de Morelia, en donde han debutado talentosos jóvenes mexicanos; donde se han estrenado cintas que han recorrido alfombras y pantallas de todo el mundo pero que en su casa hemos condenado para arrinconarse un par de días en apenas una sala de la Cineteca.
Abramos más espacios a hablar de México, de su pobreza, de sus problemas, también de sus tradiciones y sus bondades; visiones hay muchas, algunas más fieles otras más superficiales. Algunas dolorosas algunas no tanto; seamos más benévolos con nuestro cine, si damos el voto palomero a tantas películas de superhéroes cuya fórmula sólo cambia en el nombre de sus villanos, ¿por qué no podemos dar la misma oportunidad a lo hecho en casa?
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