Un día, viendo al compañero del escritorio, otro abogado, que estaba todo el día tomando café y fumando, viendo un ventanal, esperando la hora de la salida. Me dije que yo no quería estar todo el día viendo un ventanal y esperando la hora de la salida”, recuerda el productor y actor Alberto Trujillo al hablar sobre la decisión más crucial que tomó en su vida: emprender el viaje de la actuación.

Con una inmaculada y ascética pared blanca como fondo, que contrasta con su sobria y soberbia camisa negra, el histrión mexicano asegura que haber renunciado a una prolífica carrera en el mundo del Derecho para adentrarse en el agridulce y enigmático mundo de la actuación, fue la mejor elección de su vida. “A lo mejor hubiera tendido dinero para ver las películas de Sundance, pero nunca hubiera estado con James Franco o con estos actores con los que desayuné. Que te entregue un premio un actor que tú admiras, aparte te da un beso y es maravilloso”.

Cruzando el umbral

Después de estudiar teatro en una sublime universidad de Michoacán, Alberto se mudó a la Ciudad de México para estudiar actuación en el Foro de Teatro Contemporáneo. Sin el apoyo de una familia que no entendía por qué renunciaba al Derecho para convertirse en “payasito”, el actor mexicano luchó con todo lo que pudo para lograr su objetivo.

“Yo estudiaba en la Roma y vivía en Izcalli. Eran cuatro horas de camino diarias. Trabajaba en el Instituto de Cultura y por lo menos tenía que leer un libro al día y en la escuela cuatro. Ganaba muy bien en el Instituto, pero me pagaban cada seis meses. Para poder pagar la escuela trabajaba de mesero y de pronto me tocaba irme a dormir a la Central de Autobuses y lo único que comía durante todo el día era el maldito sándwich o lo que vendían en la tiendita de la esquina, pero era mi momento de éxtasis del día”.

Lejos de narrar su vida de estudiante con un tono nostálgico y trágico, Alberto Trujillo recuerda esa etapa de su vida como una parte del camino que él mismo se labró para alcanzar su sueño. La seriedad que le imprime a su mirada ornamentada con unas pequeñas pero tupidas y camaleónicas cejas denotan el respecto que este actor y productor tiene por el arte de la actuación. Las palabras que emanan de sus gruesos labios se sustentan con la impasibilidad de un rostro que ha dado vida a múltiples personajes y expresado un sinnúmero de emociones.

Pruebas, aliados y enemigos

Tras 22 años haciendo teatro Alberto decidió darle fin a esta etapa de su vida. ¿La razón? La laxitud que impera en el teatro actual mexicano tanto en el gremio actoral como en el propio espectador:

“Hay muy poca disciplina en el teatro, te acostumbras a llegar a tus ensayos con gente que sabes que va a llegar tarde, llegan a platicar. Creo que los ensayos es un tiempo que en el teatro nadie te paga y debería ser un lugar lleno de disciplina donde llegas a generar toda esa magia y donde tienes la oportunidad de experimentar”.

El telón no se ha cerrado por completo y Alberto Trujillo desea regresar al teatro, “pero con gente que realmente se comprometa y quiera trabajar”. Para él la actuación es un juego, sí, pero que tiene unas reglas sagradas y estrictas que deben seguirse al pie de la letra para crear verdadero arte. “Todos los que conformamos el teatro tenemos una muy mala educación”, sentencia sin titubeo alguno.

La gran prueba

En México la producción cinematográfica está marcadamente dividida entre películas de “fórmula” que son creadas para atraer público a la taquilla, a través de la exposición de productos hollywoodenses tropicalizados o con historias recicladas; y películas que se alejan de los cánones comerciales y apuestan por retar al espectador con historias que duelen y evidencian una realidad que muchos desean ignorar. 

Si bien Alberto Trujillo ha participado en telenovelas para Televisa, lo cierto es que sus trabajos más logrados (y que él aprecia más) han sido aquellos en los que el arte no se supedita a una fórmula y la libertad creativa impera. Halley  y Tierra y Pan son ejemplos pertinentes de lo anterior, productos de calidad que han traspasado fronteras y ganado el aplauso del público internacional, pero que en México han sido menospreciados por una voraz industria que pugna por perpetuar la imagen de actores y actrices “cómicos” para hacer un lucrativo negocio.

“Tierra y Pan ganó muchísimos premios. Es la primera vez que México gana el León de Venecia y a nosotros nos ignoran olímpicamente”, espeta Alberto al recordar el recibimiento que la industria mexicana tuvo de uno de los mejores cortometrajes que se han realizado en la historia del cine mexicano. A pesar de la poca proyección que tuvo este proyecto, Trujillo se siente orgulloso del resultado de Tierra y Pan y lo considera como uno de los mejores proyectos en los que ha participado.

“Es hipnótico, tiene un lenguaje cinematográfico único. Es uno de los mejores proyectos cinematográficos de todos los tiempos. Cuando la vi fue alucinante, fue hipnótico. El sonido, el clima que se mantuvo durante todo el día, la iluminación. La atmósfera que te genera. Son el tipo de trabajos que a mí me gusta hacer. Con Halley redondeé mi sueño de vida. Mi sueño era hacer una película donde yo fuera el protagonista y esa película se pasa de rarita y me ven todo el tiempo”.

Alberto Trujillo asevera que el glamour y la farándula con la que sueñan los aspirantes de actuación es un mundo que le es ajeno a sus deseos. Él se decanta por hacer productos que golpeen la mente, el corazón y las entrañas del espectador hasta dejarlo noqueado. 

“De pronto empiezas a ver cosas como las películas de David Lynch, empiezas a ver todas estas cuestiones que hacen que tu cerebro gire y gire y gire y alucinas. Empiezas a ver la semiótica y a encontrar esto que es bellísimo y yo dije yo quiero hacer eso. Mayormente lo que hay en mi currículum son este tipo de cosas que te pegan en el corazón y en la mente”.

Recompensa 

En Halley, película ganadora del Ariel por mejor Ópera Prima de Sebastián Hofmann, Alberto Trujillo da vida a Beto, un guardia de seguridad con una extraña enfermedad que causa que su cuerpo se deteriore. La actuación de Trujillo es brutal. Su cuerpo fue castigado para interpretar a ese personaje, la degradación que sufrió su cuerpo para construir a Beto impacta a la vez que emociona.

A pesar de que ni los reflectores, ni la prensa reconoció su trabajo en Halley, contrario a lo que sucedió con Christian Bale cuando apareció en The machinist o a otros actores que han exigido a su cuerpo más allá de los límites aceptados por la cordura; Alberto se siente orgulloso del resultado de una película más que se ha perdido en el menosprecio.

“Es muy gracioso, mucha gente dice: “vi tu película y me recordó a la del Joker. ¡Mi película se hizo en 2011! Yo pesaba 59 kilos, baje 20 kilos, me provoque una anemia increíble, Christian Bale tiene los recursos para tener un cuidado adecuado, yo no. El productor me dijo que iban a estar al pendiente de mi salud, jamás me llamó, no me han terminado de pagar esa película. Lo importante es que queda un antecedente de lo que puedo hacer”.

El largo viaje que ha emprendido Alberto Trujillo a través del mundo del cine y la televisión ha logrado que su nombre se quede grabado en los anales de la actuación en México. Su tenacidad, congruencia y talento lo han llevado a alcanzar cielos que están vedados para el ser humano promedio. El respeto que tiene por la actuación lo denota en casa proyecto en que participa, el compromiso con el público es algo sagrado para él:

“Tu obligación como actor es hacer sentir al espectador algo. Tiene que ser violento, tiene que romperte, divertirte y la diversión implica romper tu rutinita. Estoy obligado a romper la rutina”.

Alberto finaliza, aconsejando a aquellos que no desean beber café y fumar un cigarro al tiempo que ven un ventanal esperando escapar de la monotonía de su vida, que la mejor manera de vivir esta vida es haciendo lo que deseas.

“Solo tienes esta vida. ¡Vívela!, sin joder a los demás, lo mejor que puedas, como tú quieras. Tú decide y si te equivocas sé consciente que tienes que pagar las consecuencias de tus actos”.