Sieranevada
Sieranevada, que compitió en Cannes por la codiciada Palma de Oro, pisa salas mexicanas a través de la 62 Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional. Durante las presentaciones en Francia, fue Ken Loach quien le quitaría el premio a Cristi Puiu pese a que su cinta se perfilaba como una de las favoritas.
No nos confundamos, I, Daniel Blake no le robó el codiciado Premio de Cannes a Sieranevada. Loach con créditos propios logró ganarse al jurado y a su público. Por su parte, Puiu se quedó corto en resultados al no cumplir con la expectativa. Y es que parece que los críticos ilusionan al ser cada vez más pretenciosos en sus juicios; han sustituido las emociones por insípidos y eternos planos secuencia.
Algunos debatirán sobre el tipo de público o el tipo de películas; pero los grandes nombres del séptimo arte: Fellini, Wilder, Hitchcock e incluso contemporáneos como Scorsese, suprimen cualquier intelectualismo de la crítica con declaraciones sobre la importancia de lograr tocar el corazón de cualquier audiencia. Así es como podemos hablar del buen cine.
Si bien Sieranevada cuenta un lenguaje audiovisual que logra integrar al espectador como un miembro más de la familia Hebdo y nos lleva de habitación en habitación en un ambiente claustrofóbico, la sensación de empatía se pierde luego de unos minutos cuando comprendemos que en la trama no pasa absolutamente nada. Una versión aletargada de Juste la fin du monde, con personajes más aburridos e insulsos.
El retrato de la complejidad de la convivencia en familia se pierde con la falta de matices en el conflicto. Durante más de tres horas Puiu nos hace testigos de un luto que acentúa las imperfecciones y diferencias entre hermanos, hijos, nietos, primos; pero el ir y venir de la cámara así como de los personajes a cuadro hace aún más complicado seguir la historia para adentrarse en ella.
Durante los primeros 60 minutos de cinta llegué a compartir miradas con quienes se sentaban a mi lado. Con una ligera sonrisa confesábamos la esperanza de que llegara ese punto de giro. Sesenta y un minutos, sesenta y dos, sesenta y tres … La esperanza murió.
Otra hora pasó. Sin la sensación agobio que se había logrado con las tomas cerradas frente a una familia peleando y sin ilusiones de un cambio de rumbo en la trama, entró la desesperación ante la monotonía visual. Para la tercera parte de la cinta no me quedaba más que fatiga en toda la extensión de la palabra. A las tres horas que estuve atada a la butaca le sumaba los más de ciento ochenta minutos de gritos, reproches y llantos, un verdadero desgaste sin recompensa.
No se trató de los ánimos con los que vi la película y quiero creer que tampoco es tema de si soy parte o no de la audiencia a quien se dirige Sieranevada. Es que una vez más se generaron falsas expectativas frente a una cinta y para mí, como para varios en la sala, éste no fue un vino que se disfrutó a cada sorbo, no se reinventó en cada copa como describía Fellini al buen cine.