Orina, suciedad, precariedad, desde el título Urinetown, el musical sugiere una trama satírica lejana a las fantasías de una niñera que vuela con su paraguas, el  heroísmo de un huérfano caribeño, el misterio de la paternidad de una veinteañera en una isla griega  o el  romance  en la década de los 50 entre una dulce jóven y un pandillero. Urinetown es el canto de los oprimidos, pero carente del idealismo de Los Miserables.

Dos décadas de sequía, los años apestosos se caracterizaron por el saqueo,la escasez, el incremento en el número de burdeles  y la inexistencia del mañana, posteriormente,  Caldwell, privatizó el agua y creó un sistema de impuestos por ocupar el baño, que cabe decir, era público, pues ya no se permitía que cada hogar tuviese el propio.

En este mundo distópico hay una serie de leyes en donde se prohíbe, entre otras cosas, orinar en vía pública, puesto que, para orinar, hay que pagar, de otro modo te trasladan a Urinetown, el lugar que nadie conoce ni quiere conocer, pero, ¿qué es Urinetown?, ¿dónde está? 

Revolución, estar libres de impuestos,  derrocar a Cadwell, ver al mañana, seguir al corazón, al calor de la injusticia, la gente se organiza y resiste, el dolor de la pérdida y el ansia por el cambio les hace reaccionar, ¿saldrá bien la Revolución?, ¿qué futuro les espera  a quienes luchan?

Después de la suspensión del proyecto por pandemia y tras seis años de presentarse por primera vez en Querétaro, el director, Miguel Septién junto con un basto equipo actoral, de producción, técnico y orquestal, logran una perfecta representación de la  dramaturgia de Greg Cotis.

Todos orinamos y por ende no somos tan diferentes entre nosotros, control extremo o  libertad y gozo ilimitado, ¿a qué nos conduce cualquiera de estas dos opciones?, ¿pensar en el mañana es un sueño encantado  o una preocupación por la que hay que tomar medidas?

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