Mi música es la expresión espiritual de lo que soy, mi fe, mi conocimiento, mi ser.

-John Coltrane-.

 

Escribir de jazz o sobre un jazzista no es fácil, simplemente porque las palabras no representan ni transmiten la exquisitez de una improvisación, la energía derrochada en el escenario, las miradas entre los miembros de la banda, el esfuerzo que exigen los instrumentos o la satisfacción del músico cuando ha superado sesiones pasadas; repito, las palabras no reflejan lo anterior, pero lo vamos a intentar.

Hablar de John Coltrane, es hablar una figura obligada para los amantes jazz y estudiosos del saxofón, su música no es la más digerible, la discografía de Coltrane es como pasar del picante al dulce en un tronar de dedos, especialmente en las composiciones de sus últimos años. Coltrane era erudito, se preocupaba por indagar, leer y escuchar música de todo el mundo que nada tenía que ver con el jazz o la música afroamericana; se tomaba el tiempo para conocer nuevos sonidos.

John Coltrane tuvo la capacidad de crear un vínculo emocional con el público, fue uno de esos jazzistas que gozaba arriba del escenario, en cada presentación y en cada álbum tenía el deseo de complacer a su audiencia; se podría decir que tocaba el saxofón con cuerpo y alma, era parte fundamental de su ser, ponía toda su pasión en ello, dejando al descubierto su talento y gozo.

A 50 años de su muerte, el nombre de John William Coltrane, mejor conocido en el mundo como John Coltrane o simplemente Trane quedará por siempre entre los grandes del jazz, sin temor a equivocarme al mismo nivel que Louis Armstrong, Duke Ellington, Miles Davis, Charlie Parker, Thelonious Monk o Dizzy Gillespie. A 50 años de su partida su música sigue teniendo vigencia, gracias a la mezcla de técnica, energía y espiritualidad.