Dioses de México, para saber de dónde venimos
Algo extraño sucede con el cine nacional, por un lado, tenemos producciones millonarias manufacturadas únicamente para entretener (que, actualmente, pocas lo logran de igual manera, pero ese es otro tema), y normalmente siempre se tocan las mismas temáticas, en diferentes escenarios, lo cual no tiene nada de malo, dedicarse a entretener no es un pecado, dirían algunos. Pero también sería sensato echarle un vistazo al otro lado del espectro, a ese cine pequeño, que ya no está hecho ni siquiera para ganar premios; hecho en la mayoría de casos por el amor al séptimo arte, al puro amor a contar historias por medio de la imagen y el sonido. Ese cine habla más de nosotros de lo que podemos imaginar, y justo “Dioses de México” pertenece más a esa categoría.
“Dioses de México” es una película creada (escrita, dirigida, producida, fotografiada) por Helmut Dosantos en colaboración con el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas, y, aunque en forma es un documental, puede encajar perfectamente en otras ramas como lo es el videoarte o el video-ensayo. Por momentos una serie de retratos, uno tras otro desfilan muchos de los pueblos indígenas habitantes de nuestro país, y por momentos, podemos contemplar y admirar el día a día de algunos de ellos.
El filme genera una enorme metáfora, incluso desde el título; conocemos por la historia a los dioses antiguos: Quetzalcóatl, Tláloc, Huitzilopochtli, entre otros, mismos que representan lo que éramos. Pero ahora, en un mundo civilizado (supuestamente) donde la existencia de un dios es subjetiva, ¿qué sucede con la fe? ¿A quién debemos agradecerle por la riqueza del país? Pues este documental tiene la respuesta.
La cinta hace un símil entre aquellas deidades legendarias y los pueblos originarios, ya que, de la manera más poética que puede, y sin un solo diálogo, resalta la importancia de estas comunidades, las pone en el visor y respeta su importancia; algunos pescadores, cazadores, músicos, agricultores, ganaderos, mineros… de todo hay. Y el símil es justamente ahí, al venerar a aquellas culturas, poniéndolas en el grado de intocables, pero a la vez etéreas como el humo; invisibles, justo como un dios. A quién debemos venerar si no es a nuestros ancestros que labraron la tierra, que criaron al alimento que comieron muchas generaciones después. El filme tiene claro un objetivo y es el de darle –si no una voz- un espacio a nuestras raíces, respondiendo así de la manera más real y más bella a la pregunta “¿de dónde venimos?”, porque de quien vamos a venir sino de aquellos sobrevivientes de la barbarie.
La película dirigida por Helmut Dosantos es una película que habla desde la paciencia, desde el respeto, y mucho más importante, desde la responsabilidad de darle cabida en el cine nacional a comunidades invisibilizadas por mucho tiempo. Una cinta visualmente impresionante y con un corazón tremendo, que deja claro que los Dioses de México son tradición y costumbres, son alma y espíritu, y sobre todo, un legado invaluable al que no se le voltea a ver.