La aclamada directora regresa con su nuevo documental El Eco, aclamado en el Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM). Donde se adentra a una comunidad rural mexicana y que tiene a los niños como protagonistas.

Lejano se ve el tiempo cuando Tatiana Huezo estrenó en 2011 su ópera prima El lugar más pequeño. Después, le siguieron Ausencias¸ Tempestad y Noche de Fuego, con ésta última lograría estar en Cannes¸ y por consiguiente obtener el reconocimiento internacional.

Tras dos años, ahora regresa y presenta un documental que comparte ciertos matices con su predecesora, como lo es el punto central de la narrativa que tiene como eje central a niñas que crecen en un ambiente que adolece, una comunidad rural mexicana plagada de machismo y el cambio climático. A diferencia de Noche de Fuego, no hay cárteles;  la violencia y miseria es inferior. 

Dentro de la remota comunidad, vemos niños haciendo actividades ordinarias; en especial a Montse, segunda hija de una madre cuyo nombre no es revelado, quien además de hacer labores para el hogar, cuida de la abuela. También vemos a Paz Ma, quien da clases a muñecos y posteriormente a algunos niños del pueblo. La cinta también se enfoca en los adultos, en el día a día en el que viven, cómo consiguen el alimento y, particularmente, cómo sobreviven al cambio climático. 

Para retratar esto, la cineasta usa acertadamente la fotografía de Ernesto Prado. En la película solemos ver grandes planos generales donde se suscitan acontecimientos naturales desde una lluvia, hasta el frío del invierno, logrando que el espectador esté al tanto del paso del tiempo y los obstáculos que los protagonistas atraviesan. Por ejemplo, cuando tienen que liberar a un cordero de una inundación de lodo. 

Pero, en la intimidad, también emplea recursos técnicos como el sonido, diseñado por Lena Esquenazi, o la banda sonora de Leonardo Heiblum y Jacobo Liberman. Es así como, entre música extremadamente detallada y planos cerrados, logra intimidad y que el público conecte para que se encariñe con las niñas y niños. 

Gran parte de la película carece de diálogo, es en su mayoría una experiencia ambiental y onírica, donde uno conecta con la naturaleza y la forma de vivir de los habitantes de la comuna. Para muchos, esto puede resultar algo tedioso, pues, entra en una corriente cinematográfica denominada “Cine Lento” o “Slow Movie”. Para muchos, puede que no esté sucediendo nada durante sus 112 minutos de duración. 

La verdad es que suceden muchas cosas, y además, pese a su desarrollo que demanda paciencia, la edición y montaje realizado por la misma directora junto con Lucrecia Gutiérrez carece de lentitud, tenemos una gran variedad de planos, movimientos de cámara y cierto dinamismo, lo que muestra lo prolífica que es Huezo para saber dónde poner la cámara. 

Así, la atención del espectador recae en lo que armoniza visualmente a los humanos en la película. Los animales también son protagonistas del documental. La única escena difícil de ver del filme recae en la muerte de un cordero para alimento. También, utiliza metafóricamente el nacimiento de un animal para dar paso a una escena donde a una de las protagonistas se le habla sobre la menstruación. Los animales sienten y comparten el mundo junto con los humanos.

Al final, El Eco es una película cuyo nombre hace alusión a lo que no se dice, a esas heridas abiertas entre las relaciones padre – hijo. Cómo las decisiones a edades prematuras tendrán consecuencias en el futuro. Nuestro entorno, costumbres y decisiones harán eco en nuestro propio futuro y seguirá resonando hacia donde paremos. “El viento se lleva las voces” evoca una escena para hacer alusión a Pedro Páramo de Juan Rulfo.

Es sin dudas una experiencia visual y onírica que vale la pena ver en el cine, que te invita a ponerte en los zapatos de los protagonistas. Huezo nos recuerda y se corrige así misma, demostrando que el cine mexicano no solamente es retratar la miseria y violencia exacerbada que vive el país.