La adolescencia es una complicación ininterrumpida. La adolescencia, como mujer, es un estupor solitario. Coppola nos lo ha planteado a lo largo de su filmografía con las idealizadas e incomprendidas hermanas Lisbon o bien con una Marie Antoinette cuyos Converse celestes realzan la juventud de la reina decapitada. Todas ellas “mártires” en torres metafóricas o literales que las separan del resto, jaulas de plata decoradas para la comodidad de sus rehenes. Priscilla (2023) no es diferente a ellas en este aspecto. 

Un suave filtro rosado pareciese posarse en la adaptación cinematográfica de las memorias plasmadas en Elvis and Me (1985) de la misma Priscilla Presley. Como si de un sueño adolescente se tratase navegamos a través de esta fantasía adolescente ante los ídolos, de la idealización, la manipulación y el re-descubrimiento del ser. 

Cailee Spaeny personifica a una Priscilla cuya juventud es obvia ante su introducción. Las facciones redondas de la actriz y la diferencia de altura con su co-estrella Jacob Elordi ejemplifican desde el lenguaje audiovisual las diferencias de poder y las dinámicas de la relación poco paralela entre estas dos figuras que a lo largo de una década compartirán su vida, su intimidad y el final de la misma con el mundo. 

Una fiesta en la casa de renta en Alemania del padre de Priscilla es donde estas dos partes se conocerán durante el tiempo en el que Elvis sirvió al ejército de los Estados Unidos. Un aire doméstico se posa sobre la superestrella en esta y sus demás apariciones en el filme: este es el Elvis de Priscilla, no el Elvis superestrella, del mundo. Desde su matrimonio y su hogar en Graceland hasta su posterior divorcio acompañamos a nuestra protagonista a un mundo de porcelana y de hombres donde esta no pareciese encontrar su lugar. Así que ella lo hará. 

Como si de un show de acrobacias se tratase vemos a la adolescente convertirse en una mujer entre las imposiciones ajenas, el concepto de identidad, el silencio de la otredad, el silencio del deseo y el ruido del reclamo por lo que a uno le pertenece por derecho de nacimiento: la libertad. 

Ella es una novia, una adolescente, una estudiante de preparatoria y un ídolo. Ella es una esposa, una madre y su propia mujer.

La vida de ensueño nunca fue lo que se prometió, eso pareciese querer dejar en claro la última cinta de Sofia. Priscilla es, sin duda alguna, interesante, enigmática y un recuerdo sentimental del miedo al despertar del sueño adolescente. Y la satisfacción que yace tras hacerlo. 

En comparación con Baz Luhrmann, Coppola se asegura de recordarnos que al final él siempre fue un adulto; ella no.