Lo que parecería una historia llena de artificiosos números musicales del género rock, algo así como en El Alien y yo (2016) o Dedicada a mi ex (2019), resulta ser un sobrio relato sobre personajes femeninos tratando de integrarse no sólo en la época ochentera, sino también en sus comunidades y reconociendo sus individualidades. La diosa del asfalto, sexto largometraje de Julián Hernández, es una película que conversa enérgicamente con nuestro contexto actual, pese a ubicarse en otro, aunque al parecer, no tan distinto.

Max (interpretada por Ximena Romo) regresa al barrio donde creció en Santa Fe, y sin pedirlo, se encuentra con las personas con quienes años antes compartió verdades, secretos y rencor. Al parecer el lugar y quienes lo habitan no han cambiado mucho como ella, quien ahora es vocalista de una banda rockera. Sin embargo, el estéril cambio trae consecuencias, como la muerte.  

La ideología punk y rockera funciona como un buen revulsivo para contrarrestar, así como lo hizo en su surgimiento, pensamientos y comportamientos coercitivos de nuestro tiempo. Julián Hernández vuelve a revivir estos movimientos con la intención de darle carácter y poder a lo femenino, y como alegoría hacia el combate al machismo y la misoginia. 

El director presenta esta gama de narrativas y discursos con una cinematografía no tan convencional, tal como dicta su estilo: planos holandeses y en constante vaivén con el objetivo de desestabilizar al espectador, posiblemente tal y como esta ideología puede marear y molestar a las sociedades, sobre todo políticas; y con música que va desde Jessy Bulbo, hasta José José, que si bien, por momentos puede desconcertar, funciona para acompañar sentimental y emocionalmente las escenas.

El elenco femenino de la cinta, conformado por Ximena Romo, Alejandra Herrera, Paulina Goto, Nelly González y Mabel Cadena, funciona en armonía, aunque por momentos algunas actuaciones sean asépticas. Este último adjetivo no está dirigido para Cadena, quien vuelve a demostrar su gran capacidad actoral, ya que consigue ser intimidante mediante el uso natural del lenguaje y sus atrabancadas acciones, así como una inminente provocadora de conflicto constante para el grupo de mujeres.

La película, como un todo, representa una furia imperecedera hacia la violencia de género. Nunca se aleja completamente de la convencionalidad narrativa, pero logra proponer miradas olvidadas u opacadas por el paso del tiempo, las cuales funcionan volver a explorar para confirmar que Las Castradoras de Santa Fe, Las Desgarradoras o las Viudas Negras, obtuvieron esos nombres no con pasividad o mediante lo pacífico, sino con la acción, que el enojo y el cansancio causaron.

La diosa del asfalto se apega al estilo de su creador, alejándose así de la convencionalidad estética del actual cine mexicano. Su objetivo no es tanto el genérico de entretener y gustar, sino el de incomodar. 

Esta cinta tuvo su estreno en el Festival de Morelia en el 2020, en abril de este año 2021 llegó a salas cinematográficas y a partir del miércoles 11 de agosto está disponible en Netflix. Ve aquí la entrevista con Julián Hernández.