Problemista es la insanidad mágica que envuelve con formas, colores y sonidos, los problemas más comunes de la realidad adulta para en última instancia, sobrellevarlos y quizá, resolverlos. Así resuena la nueva película del salvadoreño Julio Torres en un espectador que, de diferentes maneras, puede abrazar el dejo de esperanza que representa la inusualidad de aferrarse a un sueño o propósito en medio de un mundo incierto y acelerado, al servicio de las dinámicas capitalistas y de consumo. 

El filme escrito, producido, dirigido y protagonizado por Torres apuesta por explotar lo insólito dentro de algo tan ‘‘cotidiano’’ como lo es conseguir trabajo; sólo que no cualquier trabajo, sino el trabajo de tus sueños, para el que necesitas estar a contrarreloj en un país que no es el tuyo, pues eres migrante y debes encontrar un patrocinio que te haga válido, o de lo contrario, no existes. Una premisa bastante dramática que consigue un giro cómico, más ligero y llevadero gracias a la mirada fantástica del director salvadoreño y a la composición de personajes peculiares como el de su gran coprotagonista Tilda Swinton. 

El viaje de Alejandro, personaje al que compone el también cómico, se centra en su supervivencia y carrera a contratiempo en Nueva York, para conseguir un trabajo o patrocinio que le ayude a no perder su visado y así persistir en lograr su más grande sueño: ser diseñador de juguetes de una de las empresas estadounidenses más reconocidas. Dicho conflicto se condimenta con el viaje en paralelo de Elizabeth (Swinton), una peculiar crítica de arte que batalla por mantener la criogenización de su esposo, un artista incomprendido, al mismo tiempo busca reivindicar la obra de este último. 

Probablemente el mayor logro o lo más disfrutable de la película es la entrañable dupla compuesta entre Torres y Swinton, cuyas particularidades dispares contrastan y se complementan simultáneamente para concretar las travesías de cada uno, pues la química tanto entre personajes como actores es palpable. Si bien la construcción de escenas se siente algo tropezada al dar saltos entre el conflicto que Alejandro encara por sí solo y el que enfrenta junto a Elizabeth, quizá ese ritmo vertiginoso es lo que te mantiene atento a qué más pueda pasar. 

Por otro lado, la puesta en escena resulta tan curiosa como el carácter de los personajes y de la historia misma, pues desde el comienzo se establece el contraste entre lo fantástico reflejado en las formas, colores y sonidos del mundo que la madre de Alejandro creó para protegerlo de niño, y la aparente uniformidad, neutralidad y sobriedad del salvaje mundo adulto/real de Nueva York. 

Tanto la paleta de color, como la sonoridad y efectos visuales toman fuerza para reforzar esa parte del discurso narrativo. El mundo más colorido, diverso, sonoro y fantástico, únicamente puede visualizarse a través de Alejandro, a modo de filtro para el mismo respecto a las dificultades que atraviesa en el ‘‘mundo real’’, de ahí que un personaje tan excéntrico y peculiar como el de Elizabeth pueda ser caricaturizado como un monstruo y visto como la dualidad y equilibrio entre un mundo fantástico que descansa en la infancia, y un mundo real más gris y desalentador que subyace a las diferentes complicaciones de la adultez. 

Tanto el trabajo actoral, como la construcción de guion y puesta en escena, sostienen el sutil y al mismo tiempo notorio discurso de crítica social y política, reflejado en ese relojito de arena y el absurdamente gracioso pero también crudo desvanecimiento de las personas migrantes, quienes como en la realidad, buscan oportunidades en ciudades centralizadas y muchas veces no las encuentran. 

Al final, Problemista resulta ligera, divertida y amena. Quizá esa estela de esperanza habría sido suficiente y bien amarrada con el discurso final de la madre de Alejandro y la visualización de las diferentes formas y colores de las esculturas que comprenden el mundo fantástico de la infancia, materializadas y esparcidas en el mundo real adulto, por lo que la escena final del reencuentro entre Alejandro y Elizabeth, sí apela a cierta emocionalidad, pero frena un poco el cierre de la película. 

Como sea, es agradable ver que hay grandes historias en la cotidianidad, en las complejidades del mundo actual cada vez más impredecible, por lo que resulta satisfactorio y alentador que películas como Problemista se atrevan a jugar con ello, y a visibilizar esas realidades de una manera poco convencional pero atractiva.