Cuando un pensamiento es tan poderoso y difícil de explicar, como lo es la muerte y lo que hay después de esta, se tiene que recurrir a distintos elementos narrativos que permitan al espectador, más allá de darle una respuesta, sentir y vivir por unos momentos lo que es el viaje del alma por este ciclo de la vida.

Dentro del marco del 43° Foro Internacional de la Cineteca Nacional se encuentra Samsara, una producción española dirigida por Lois Patiño, la cual parte de la idea tibetana del ciclo de vida, muerte, y reencarnación. Esto da como resultado una experiencia audiovisual que utiliza recursos narrativos que pueden no ser del agrado de todo espectador.

La historia parte de los templos budistas de Laos, en los que viven y estudian varios jóvenes. Entre ellos se encuentra Amid, quien diariamente cruza el río para leerle a una señora de la tercera edad, el Bardo Thodol, un libro tibetano que habla sobre la muerte y sirve de guía para que las almas crucen el más allá.

Una vez que la señora muere, comienza un viaje sensorial que tiene como destino la reencarnación en las playas de Zanzíbar, en el que varios grupos de mujeres se ganan la vida en una granja de algas.

La razón por la que puede no ser del agrado de todo espectador es debido a que la narrativa se toma su tiempo para presentarnos el mundo en el que viven los personajes, tanto los monjes adolescentes de Laos como las mujeres de las playas de Tanzania.

Se compone en su mayoría de grandes planos generales que se enfocan en la naturaleza y el ambiente que rodea a esta comunidad, al igual que las actividades diarias que realizan. Acompañada de una buena fotografía que resalta cada elemento del paisaje y le agrega una estética fantasiosa, con apoyo de su textura, la luz y el color, que refuerzan el tema central que maneja la cinta.

Al decir que es una experiencia audiovisual, me refiero a que hay partes en las que se apoya de una gran cantidad de recursos visuales como la doble exposición, luces parpadeantes e incluso la pantalla a negros, la cual deja espacio a que el sonido resalte y refuerce la idea de “transición del alma de un lugar a otro”. Es importante señalar que puede generar ataques de epilepsia fotosensible por lo de las luces parpadeantes.  

La cinta, más que centrarse en una historia en concreto, pone todos sus esfuerzos en apelar a las sensaciones del espectador para dar lugar a la reflexión y poder conectar con esta creencia tibetana que maneja Lois Patiño sobre ¿Qué hacemos ahora que estamos muertos?, y que invita incluso a ver con los ojos cerrados.