Parthenope: Los amores de Nápoles (Parthenope, Italia, 2024) es la más reciente epopeya visual y emocional del reconocido director italiano Paolo Sorrentino, ganador del Oscar por La grande bellezza (2013). Con un guion escrito por el propio Sorrentino en colaboración con Umberto Contarello, la película se sumerge en una exploración poética y melancólica de la feminidad, el paso del tiempo y la identidad, todo ello envuelto en la atmósfera mágica de Nápoles, ciudad que ha sido tanto musa como escenario recurrente en la filmografía del cineasta.

La historia nos presenta la vida de Parthenope di Sangro (Celeste Dalla Porta), una joven nacida en 1950 en las cristalinas aguas de la costa de Nápoles. Criada en un mundo de lujos, su belleza, casi mística y deslumbrante, acapara la atención de los hombres de la ciudad, incluso de algunos miembros de su propia familia.

A medida que crece, Parthenope desarrolla una insaciable curiosidad por el mundo más allá de su entorno. Decide estudiar antropología y nutrirse de las obras de grandes maestros de la literatura. Su inteligencia, aún más imponente que su belleza, se convierte en su mayor fortaleza, dotándola de una gran audacia para tener la respuesta correcta a cualquier duda o comentario escéptico sobre sus capacidades.

Cuando Parthenope conoce al escritor americano John Cheever (Gary Oldman), en su etapa más decadente, alcohólica y melancólica, descubre las posibilidades que puede alcanzar gracias a su singular hermosura: «La belleza es como la guerra: abre puertas». Con esta idea en mente, intenta convertirse en actriz y se pone bajo la tutela de Flora Malva (Isabella Ferrari), una ex actriz retirada y desfigurada tras una operación fallida.

Los amores que marcan su vida son tan fugaces y efímeros como su juventud y belleza. Vive un triángulo amoroso con su hermano Raymondo (Daniele Rienzo) y Sandrino (Dario Aita), el hijo de la criada de la familia, quien siempre ha estado enamorado de ella. También se cruza con un acaudalado hombre ambicioso, un sacerdote egocéntrico, candidato a papa, y un buen samaritano de origen misterioso. Sin embargo, todos aquellos romances pasan sin repercutir en sus ideales, siendo ella consciente del goce momentáneo e intranscendentes que son para su existencia.

 Quien realmente guía a Parthenope en su camino es su asesor de tesis, Devoto Marotta (Silvio Orlando). Al principio, cuando ella aún era estudiante, Marotta dudaba de su capacidad como antropóloga. Sin embargo, al demostrar su talento y graduarse con el más alto honor, el académico comienza a verse reflejado en la joven prodigio y anhela que sea ella quien herede su legado en la academia.

Parthenope es una obra compleja y, al mismo tiempo, egocéntrica de Paolo Sorrentino, en la que busca construir la “mujer ideal” a partir de sus propias vivencias en Nápoles y su trayectoria como director, marcada por protagonistas masculinos. El filme está profundamente influenciado por la obra de Federico Fellini, alejándose de los finales felices al estilo hollywoodense y apostando por un desarrollo más introspectivo y espiritual en sus personajes.

Celeste Dalla Porta desborda al personaje de un misterioso intelecto, totalmente magnético, que atrapa la atención no solo por su notoria presencia en la pantalla, sino por una seguridad imponente y apabullante. Su interpretación es magnífica y destacable dentro de todo el elenco al explorar un empoderamiento femenino que rara vez se ha visto en pantalla y lo logra de forma acertada dentro del universo que plantea Sorrentino.

En comparación con otras películas de Sorrentino, como la aclamada La grande belleza (2013), esta obra sacrifica la solidez narrativa en favor de la calidad visual. A lo largo del filme, presenciamos fragmentos de la vida de la protagonista que, en múltiples ocasiones, se ven interrumpidos abruptamente por transiciones temporales abrumadoras, casi surrealistas, que alteran el ritmo de la historia. Esto da lugar a un problema más significativo: a lo largo de la historia, somos testigos de episodios de la vida de la protagonista, pero al final no se logra una verdadera profundización, lo que provoca una sensación de desconexión entre el espectador y el personaje.

Habiendo dicho esto, en cuanto al exquisito trabajo de fotografía de Daria D’Antonio, es necesario remarcar su elevado uso de movimientos de cámara que enfatizan tanto el éxtasis como la tranquilidad que se viven en la pantalla. El uso delicado y sensible de los paneos realizados por el operador dota a las imágenes de una profundidad emocional que se fusiona armoniosamente con las aguas de Nápoles. Otro uso de la cámara bastante acertado es el travelling circular que se emplea en un momento de intimidad entre Parthenope, Raymondo y Sandrino, brindando a la escena una fuerte carga de emociones donde los personajes alcanzan el clímax de su juventud durante una velada.

Parthenope es una obra que, en su intento por captar la esencia de la belleza efímera, la fugacidad de la juventud y la búsqueda de respuestas que nos ayuden a entender la vida, se convierte en un reflejo de la complejidad humana. La película invita a reflexionar sobre cómo el tiempo y la belleza, tan frágiles y finitas, juegan un papel crucial en la construcción de nuestra identidad y nuestra percepción del mundo. Si bien el filme corre el riesgo de perderse en su propio estilo visual y en una narrativa discontinua, la potencia de las imágenes y la presencia arrolladora de su protagonista hacen que Parthenope sea una experiencia visualmente rica y con un mensaje profundamente poético sobre la vida.