En 2015 Alemania acaparó las miradas cinéfilas gracias a la aclamada cinta Victoria de  Sebastian Schipper. La gran hazaña del director fue contar su historia a través de un gran plano secuencia de 140 minutos. Sí, Schipper hizo lo impensable y sometió a su equipo a exhaustivos ensayos para lograr una película de una sola toma. 

Victoria, nos lleva a través de un personaje homónimo (Laia Costa); una joven española ávida de cariño y perdida en un Berlin que parece no tener interés en ser amable con ella. La necesidad de llenar sus vacíos harán que intente retener cualquier lazo afectivo sin importar el precio a pagar.

Lograr la narrativa en una sola toma va más allá de la audacia de su director. La audacia integra a la cámara en un ejercicio coreográfico y armónico con el trabajo actoral, en donde destaca Laia Costa con quien resulta muy fácil empatizar. Desde el primer minuto logramos comprender su incomodidad; es el pez que inexplicablemente está fuera del agua.

En medio de una noche, conocerá un grupo de amigos para aferrarse a estar con ellos. Su búsqueda por un sentido de pertenencia la orillan a justificar las circunstancias, los excesos y los actos delictivos de Sonne (Frederick Lau), Boxer (Franz Rogowski), Blinker ( Burak Yigit) y Fuss (Max Mauff).

El ambiente que logra Schipper es capaz de llevarnos de una emoción a otra; la pantalla gande ilumina la sonrisa en los rostros de los espectadores que encuentran gracia en la torpeza de los personajes mientras que las butacas sienten la tensión ante el desafortunado rumbo que toman sus vidas.

Victoria es una cinta llena de aciertos con un toque naturalista enmarcado por una fotografía que se sobrepone a cualquier obstáculo de una filmación nocturna y sin cortes. Es la prueba de que el ritmo se encuentra en algo más que el montaje, pero también es una experiencia intimista donde el espectador se une a la banda como un miembro más. Sin duda, se trata de un film que es referencia en más de un campo del séptimo arte.