Bodas de Sangre
El teatro ha estado impregnado por el amor desde sus inicios. Eros se materializa eternamente en los escenarios a través de historias que se insertan en el corazón del público, personajes que forman parte de la cultura popular, diálogos que se apropian para ser reproducidos incontrolablemente en labios enamorados que buscan crear su propia historia de amor.
El amor ha sido diseccionado, repudiado, alabado, cuestionado, imaginado, reinventado, esparcido y manifestado en miles de escenarios a lo largo de la historia. Este sentimiento viene aparejado del elemento trágico imprescindible en la dramaturgia clásica y contemporánea. Obras como Romero y Julieta, Los amantes de Teruel, La Celestina y un largo etcétera, son rememoradas por un público ávido de nuevas adaptaciones de aquellas historias de amor que los han marcado.
El 14 de febrero es un caldo de cultivo para la representación de estas y otras historias de amor con las que el público desea identificarse o de las que pretende aprender algo. La dramaturgia española no es ajena a este hervidero de historias en las que el amor es el hilo conductor. Y no hay mejor referente para el teatro español que Federico García Lorca, por ello en este artículo nos adentraremos en la fascinante Bodas de Sangre.
Escrita en 1931 por el poeta y dramaturgo español, esta puesta en escena relata la trágica historia de un Novio (así lo llama Lorca) que está en vísperas de casarse con su Novia. El conflicto se presenta cuando la Madre del Novio se entera de que la mujer tuvo un amorío previo con Leonardo, uno de sus primos quien, para desgracia de la Madre, forma parte de la familia que le arrebató la vida a su esposo y a su otro hijo. La boda se celebra con las costumbres que dicta la sociedad y en plena fiesta la Novia y Leonardo escapan al no poder reprimir el amor que les ha sido vedado por la distancia que la sociedad les impone. Inicia una persecución de ambos fugitivos que terminará en una tragedia digna de la dramaturgia lorquiana.
Bodas de Sangre expone el amor reprimido de dos amantes que se ven obligados a interpretar los roles que la sociedad les ha impuesto. Uno como la novia de un hombre al que no ama y otro como el esposo de una mujer a quien ignora. El rencor y la muerte están presentes en esta obra que usa como pretexto una historia de amor para mostrar lo asfixiante que pueden ser las reglas sociales encarnadas en la costumbre.
Leonardo y la Novia se fugan al no poder soportar la separación que les impone la costumbre, aunque saben que recibirán un castigo inminente por violar las reglas. El amor se confronta con la costumbre, el rencor y el odio salen a relucir y se dibuja en las acciones de unos personajes que buscan ciegamente la venganza.
Esta obra goza de los elementos lorquianos por excelencia. La luna como símbolo premonitorio de la muerte se presenta en su máximo esplendor para dotar de máximo patetismo a la escena climática que decide la lucha entre el amor, representado por Leonardo, y las costumbres sociales encarnadas por el Novio. La pureza simbolizada por el azahar es pervertida al ser colocada en la testa de una Novia que marchitará esa flor al revelar su predilección por Leonardo. El arma filosa que se muestra en el primer acto de la obra funge como aviso del final fatal que presentará el dramaturgo.
Esta puesta en escena es un clásico que el público debe revisitar a través de sus representaciones o de la lectura total de la obra dramática. Es una buena manera de analizar el amor y cómo éste se encuentra ligado a la sociedad. Si bien, no es una historia de amor con un final feliz, es imprescindible contemplarla en su máximo esplendor.