Un reflejo del alma melódico, un analgésico fonético. La música se ha disfrazado, mutado, evolucionado y ramificado como pocas cosas en la vida; su longevidad nos precede, pues se encuentra en el susurro del viento contra las flores, en el murmullo del arroyo y en el silencio mismo de las rocas. 

Golpear, aplaudir, tamborilear los dedos, mover rítmicamente los pies a la espera de algo, cualquier cosa. Somos sonido, vibraciones de ondas que trascienden lo metafísico. Creamos sonido, vibraciones de ondas que nos proveen de un lenguaje universal. Amamos el sonido, vibraciones sonoras que asociamos a la sensibilidad. 

La música es un esencial que nos ha acompañado como himno de guerra o canción de cuna, nos permite experimentar el momento al unísono con aquellos que nos rodean. La música no es solo una perturbación de ondas, es una esfinge de emociones colectivas que alzan la voz. 

Es por ello que al son de las campanas de la paz este 21 de septiembre se conmemora el Día Internacional de la Paz, designado así por las Naciones Unidas. 

La paz es un concepto abstracto, un delirio y un deseo. Es el conglomerado de todos los deseos de libertad, aceptación, tranquilidad y amor. Monumentos y figuras míticas han sido erguidas por su nombre; versos y líricas cantados a todo pulmón anhelando su llegada.

El deseo por la paz no es más que el mero reflejo de la lucha contra el odio, la discriminación, la opresión. Somos humanos, carne y hueso fraguados en historia de dolor y esperanza. Voces se han alzado con los años, musicalizando la exigencia por un mundo justo con un lugar para todxs. 

La música como protesta ha sido una herramienta históricamente utilizada para hacer arder los corazones pasionales de sus cantantes, y en 1939 estos ruiseñores explotados encontrarían brío en Strange Fruit de Billie Holliday, cuya técnica cantoral lograría  anonadar a sus escuchas. Una canción en contra de la explotación racial de la época. Una canción para los oprimidos, un himno de rencor y esperanza. La canción de protesta llevaría la política hasta lo popular y ambos conceptos pactarían una historia con años aún por venir. 

El pop no sería el único género que plasmaría visiones políticas en sus líricas, y América Latina se uniría a las canciones de protesta al son del rock con agrupaciones como Enanitos Verdes, Panteón Rococó, Las Decapitadas, De Nalgas y, qué sería de la lista sin Molotov, cuya canción Gimme Tha Power trascendería generaciones. Oda de la inconformidad y descontento popular ante las adversidades. Y así, al son, niños sin supervisión sonora, adolescentes rebeldes y adultos explotados gritarían “Dame, dame, dame todo el power”.

Géneros enteros fueron erguidos a partir de la inconformidad de las escenas musicales  ya establecidas. La marginalización sistémica de mujeres, afroamericanxs, asiáticxs, personas pertenecientes a la comunidad LGBTQ+  y un largo etcétera que abarcaría a todo aquel que no fuese un hombre cisgénero desembocaría en movimientos como el Hip-Hop, contando con mensajes tan contundentes en contra de la brutalidad policiaca hacia las personas afroamericanas que la icónica canción  F*ck the Police de NWA le causó problemas a la agrupación; o bien el Riot Grrrl, mujeres cansadas de la sexualización y su discriminación del género punk, cuyas abanderadas fueron bandas como Le Tigre, Bratmobile o bien  Bikini Kill quienes al rugir el himno de toda adolescente feminista de los 90s Rebel Girl se alzarían en contra del pacto patriarcal y las normas preestablecidas. 

Estos géneros no se limitaban meramente a lo musical, eran todo un movimiento contracultural. Desde las entrañas de las subculturas es que la forma de vestir, hablar, expresarse y pensar fue desarrollándose entre los y las incomprendidas que luchaban incesantemente por ser libremente. El sentido colectivo de hermandad y sororidad continúa incansablemente fungiendo como un arma en pos de la paz, por más irónico que esto pueda sonar.

La paz es un derecho y un deber. En este mes donde le conmemoramos, alcemos nuestras voces en contra de la injusticia y el odio.