Muchas personas, cuando eran niños, recuerdan con aprecio cuando llegaban a casa, se cambiaban el uniforme escolar y prendían el televisor para sintonizar su caricatura favorita mientras esperaban la hora de comida. Otros se preparaban para tomar alguna clase, ya sea baile o futbol, o simplemente salir con los amigos de la calle.

Hubo excepciones. Aquí entro yo: a los 8 años de edad era sumamente introvertido como para salir con los niños de la calle. Si bien amaba la televisión, prefería encender la Super Nintendo para jugar Yoshi IslandStreet Fighter Donkey Kong Country 2.

Afortunadamente nací y ya había consolas en mi vida. Mis padres amaban jugar Mario Kart y Mortal Kombat para sacar su estrés. Notaba cómo se divertían, gritaban, reían y movían el control como si se tratara del volante. Después de contemplarlos decidí experimentar y con su apoyo comencé a disfrutar de la consola que estaba en casa.

En la escuela tenía pocos amigos y no tenían la más mínima noción sobre lo que era una consola. Los únicos temas de conversación que manejaba eran las caricaturas en común, pero varias me las perdía porque me la pasaba jugando; entonces era más complicado encajar.

Después llegó la Nintendo 64 y quedé fascinado con sus gráficos. Mario pasó de ser una figura plana a un personaje casi real. Lo mismo sucedió con muchos personajes. Mi primer logro personal fue derrotar a Bowser y recuperar a la princesa, de ahí todo se fue volviendo más exigente.

¿Qué tan exigente puede ser un juego para un niño? Para empezar todo estaba en inglés y para alguien de primaria era complicadísimo entender lo que tenía que hacer. Había que dejarse llevar por lo que uno creía lo correcto, era práctica y error, eso requería mucha paciencia.

Jugar era toda una experiencia inmersiva gracias a la música instrumental que preparaban para el paisaje de cada juego, los cuales te llevaban a un ambiente distinto y único. Basta con escuchar las composiciones de David Wise en Donkey Kong Country I y II, o las obras de arte de Koji Kondo en The Legend of Zelda and the Ocarina of Time y por supuesto Grant Kirkhope en los juegos de Banjo-Kazooie.

Tomando en cuenta lo retador que representaba un jefe final o un nivel difícil, terminar un videojuego requería constancia y paciencia. Virtudes de la disciplina, pero el proceso no era tortuoso como suena, sino todo lo contrario, podías pasar horas en el mismo nivel y mantenerte ahí hasta lograrlo, y el resultado siempre producía satisfacción, mayor que la de aprobar con 10 una materia.

Hoy día, los videojuegos han logrado meterse a la sala de más familias, la jugabilidad revolucionó para que tod@s podamos disfrutar de al menos uno, ya sea desde un celular como Among Us; de plataformas como el Fall Guys; o que se controlan con movimientos del cuerpo como Arms, Switch Sports Just Dance.

También se ha sofisticado el arte de desarrollar videojuegos, creando maravillosas tramas y narrativas como God Of War Little Nightmares, donde se crean auténticas piezas cinematográficas que te mantienen en el filo del asiento boquiabierto.

Entonces: ¿por qué jugar videojuegos? Creo que la pregunta la plantean aquellos que aún mantienen suspicacias por este nuevo arte, pero no hay motivos para evitarlos. Son divertidos, inmersivos, motivan a mejorar, enseñan a apreciar la música, funcionan como un eje para socializar, son un deporte que cada día es más reconocido como tal, es una oportunidad para los creadores de dar un mensaje con algo nuevo.

Jugamos videojuegos para encontrar una salida ante una actualidad turbulenta, también para hacer amigos, reunir amistades o intentar algo diferente, pero sobre todo, para ser el héroe de un mundo que no podemos habitar.