El primero de enero de 2020 contemplaba el amanecer desde una terraza, había sido una noche digna para despedir el año anterior e iniciaba con la ilusión desbordando de mis ojos y una sonrisa larga y tendida, consciente de una motivación exacerbada la cual no experimentaba, sabía que era el momento de llevar mi navegación al mejor puerto.

Hoy me levanto de la cama fastidiado por el simple hecho de despertar en el mismo lugar, sabedor que visitaré los mismos lugares, realizaré las mismas actividades y en algún momento caerá aquél nefasto visitante que se introduce a mi mente para proyectar ante mis ojos escenarios devastadores. La ansiedad, el temor y el coronavirus son la esencia dominante en el ambiente.

No puedo evitar pensar en la facilidad con la que ese virus envolvió al planeta en sus contagiosas manos y redireccionó la vida de todos nosotros. Mis planes están en pausa, tal y como me encuentro tumbado en la cama impertérrito a la espera de una noticia agradable o de un lapso de lucidez para levantarme aunque sea con una pequeña motivación.

Todos los días que han acaecido desde la cuarentena me recuerdan a los medios de información “manteniéndonos al tanto” de la situación, los noticieros arrollan las mentes con información inútil ofreciendo un panorama ya establecido, yo quiero hacer un sin fin de tareas, porque la realidad es que hay una gran oferta de asuntos por atender, pero cuando cae el tumulto de pendientes resulta aplastante, como si fueran noticias, y es imposible comenzar.

Contemplar cómo la vida habitual se iba oscureciendo por las sombras al punto del encierro, brinda un sensación de derrota, sobre todo incertidumbre, luchar contra el coronavirus es enfrentar algo que no se ve, ni se siente, su invisibilidad aterroriza ya que el humano necesita ver al enemigo, este caso deja visible la fragilidad de nosotros y nuestro alrededor.

Sigo echado en la cama, pienso una y otra vez, no dejo de hacerlo en ningún momento, el tiempo se extiende como si estuviéramos en otro planeta, como sea tratamos de salir adelante y es así como pasan las horas que nos acercan a la ansiada fecha, estamos en búsqueda de aquello que nos haga recuperar la ilusión, cada quien utiliza una frase para dejar la suerte echada cuando las cosas no resultan, la mía es “un día a la vez”.

Deseo con fruición que en un mes hayamos entendido que pisamos un hielo delgado todo el tiempo y en cualquier momento se puede quebrar y dejarnos sin superficie, hoy nos corresponde reencontrarnos y hallar la mejor versión de nosotros para después reconocer a una sociedad que resistió hasta el tope. Es el momento de detenerse en un sistema donde corremos a un ritmo vertiginoso, contemplar la belleza de lo simple, reflexionar nuestro entorno y encontrar respuestas que nos lleven a ese puerto de aguas tranquilas que tanto anhelamos.

Finalmente abandoné la comodidad de mi cama, una nueva aventura está a la deriva, pese a lo complejo de la situación, tengo la certeza de que reinará la paz y todo habrá sido una experiencia memorable, lo iremos descubriendo poco a poco, ahora es momento de comenzar mis pendientes y dejar que el reloj siga su marcha, vamos un día a la vez…