Decir, a estas alturas, que la música nos evoca emociones resulta un pleonasmo. Entrar en la eterna discusión sobre “lo alternativo” es adentrarse en un callejón sin salida. Para reconocer a lo mejor del momento están las listas de popularidad y galardones de la industria musical. También hay referentes que evalúan la trascendencia con el paso del tiempo. Algunas veces, a los artistas se les hace justicia; otras son sobrevalorados, no hace falta recordar cómo los Premios Grammy perdieron todo credibilidad en su edición de este 2018.

Hay una agrupación que, con tan solo 5 álbumes en su carrera de más de 25 años, un género inclasificable y mucho talento, ha prescindido del reconocimiento de la industria, más no de sus seguidores. Su nombre: Portishead. Desde su aparición en los 90 se ganó la lealtad de una generación que los posicionaría como ícono de su tiempo; al  paso de los años su nombre ha sido suficiente branding para vender localidades, ya sea en pequeñas presentaciones o grandes festivales.

Su primer álbum de 1994 contenía los enigmáticos temas ‘Mysterons’, ‘Sour Times’ y ‘Roads’. La peculiar y exquisita voz de Beth Gibbons así como un sonido lleno de sintetizadores, que alguna vez se describió como perfecto para ser el soundtrack de cualquier thriller, fueron clave para grabarse en la mente de su público. Portishead y su álbum Dummy cambiaron la escena musical alternativa e incluso la underground del momento.

Cuatro años después, en 1998, la banda inglesa iría a Nueva York para grabar su concierto en Roseland Ballroom, sala donde Nirvana y No Doubt también habrían registrado sus presentaciones. Para nuestra fortuna, el recital de Portishead acompañado de una orquesta, quedó plasmado en el álbum Roseland NYC Live, más tarde se lanzaría una versión en VHS. El material que hoy es oro puro para fans y melómanos demostró la capacidad interpretativa de los miembros de la banda.

A veinte años de aquel concierto resulta imposible pasar por alto recuerdos de una generación que en su necesidad de encontrar sonidos únicos, diferentes; encontró refugio en el indie rock, en el grunge y en el trip hop del que se responsabiliza a Portishead. Pero Roseland NYC Live es más que un recuerdo, es el disco que no pierde vigencia, ni en sonido. Dos décadas después sigue pareciendo único e innovador, sigue siendo prueba de talento y uno de los mejores discos de todos los tiempos.

Uno a uno los temas van evolucionando, no recuerdo ningún setlist tan perfecto y pensado como el de aquella noche de 1998 en el Theater District dónde se ubicaba el Roseland Ballroom. Su estilo poco convencional con tintes oscuros nos llevan de la mano se va tornando en un espectáculo de sensualidad en su mayor expresión. En la versión CD, abre ‘Humming’, seguida de ‘Cowboys’, excelente inicio para ejercitar al oído, el calentamiento emocional comienza para no detenerse.

Hacia la mitad el llega una especie de clímax, en nuestro interior se despierta cierto erotismo, visiones al estilo film noir y notas de las que ya no podemos ni queremos escapar. El tono sube en ‘Over’, se mantiene en ‘Glory Box. Sin darnos cuenta, nuestro cerebro ha recibido suficientes estímulos para producir la cantidad de opioides necesarias para nuestra satisfacción. Pero aún quedan dos temas más para dejar que nuestro cuerpo procese las sensaciones y llegue al estado de relajación: ‘Roads’ y ‘ Strangers’ cierran la experiencia.

Su versión en video no dista mucho del disco. Cinco temas se agregan para hacer más largo el placer que significa el Roseland NYC Live. Si lo conocen saben de qué les hablo, si no, su 20 aniversario es el pretexto ideal para que lo escuchen, les garantizo que la música no volverá a ser igual después de oír a Portishead en vivo.