ASÍ FUE EL TRISTE FINAL DE PINK FLOYD
Han pasado cinco años del lanzamiento del último disco de la legendaria banda británica, The Endless River, el cual lleva consigo una carga de elementos simbólicos sumamente importantes para todo aquél que se autonombra un amante de Pink Floyd, principalmente, por tratarse del último material discográfico de la agrupación.
LAS TRES FACETAS
Si bien durante la historia existieron muchas sacudidas que presagiaban un inminente fin para el cuarteto de rock progresivo, la realidad siempre fue contraria. Tras la prematura salida de Syd Barrett, el destino del grupo psicodélico que apenas presumía un disco (The Piper At The Gates Of Dawn) se tambaleaba fuertemente, por fortuna Roger Waters asumió el liderato y despertó junto David Gilmour la creatividad para llevar a Pink Floyd al éxito.
El rumbo volvió a tomar un destino incierto cuando Roger Waters abandonó el grupo y entró en asuntos legales para disolver la banda, pero David Gilmour arremetió asegurando que devolvería el exitoso equilibrio entre música y letras, como habían sido Darkside Of The Moon y Wish You Were Here, así fue como tomó el timón del barco, dejando atrás la era del afamado bajista.
Es aquí cuando llegamos a lo último de Pink Floyd: en 1987 lanzan A Momentary Lapse Of Reason; Division Bell en 1994 y a partir de ahí la banda rompe filas y cada quien (Gilmour, Wright y Mason) se dedica a crear su propio material, pero no sería al fin absoluto.
Finalmente, en noviembre de 2014 se publica el decimoquinto y último disco de Pink Floyd, el cual, reitero, maneja una carga de simbolismos que lo convierten en un muy digno final para una de las mejores bandas que ha dado la historia de la música.
UN HOMENAJE NECESARIO
The Endless River es un disco grabado en diferentes etapas: en 1993-1994 durante las grabaciones de Division Bell, en Britania Row Studios y navegando en el Astoria, un barco con estudio de grabación perteneciente a Gilmour, las cintas almacenaban sesiones ambientales de Richard Wright, quien falleció en 2008 víctima de cáncer.
Gilmour y Mason trabajaron en el material grabado de Wright titulado como Big Spliff, escucharon, valoraron y editaron lo mejor para realizar un disco que mostrara plenamente la importancia del teclado dentro Pink Floyd.
A lo largo de The Endless River podemos percibir la fuerte influencia de los teclados formando una ambientación relajante, reconfortante y variada, acompañado por la melódica guitarra de Gilmour emulando un canto, en ocasiones tenue y en otras contrastante.
LA PORTADA
Fiel al estilo ‘floydiano’, es interpretativa, provocadora, acorde al concepto del disco, fue diseñada por el egipcio Ahmed Emad Eldin y digitalizada por Stylorouge.
La imagen de un hombre con una camisa abierta navegando a través de un mar de nubes hacia el horizonte, también podría traer consigo un guiño en honor a Richard Wright.
En 1978, Richard Wright publicó el album Wet Dream, donde la portada, desarrollada por Hipgnosis, muestra a un hombre acostado sobre un bote en el mar. El contenido del disco, autoría del tecladista, es sumamente melancólico e imprime toda la mística que envuelve a Wright: enigmática, suave y compleja.
Los elementos que poseen en común ambos discos prestan a interpretación un posible homenaje al rol fundamental que jugó Richard Wright dentro de Pink Floyd.
EL FINAL PERFECTO
Pink Floyd se despide con Louder Than Words, frase que ya estaba plasmada en la última línea de Sorrow (“and silence speaks so much louder than words of promisses broken“) pero que será retomada por Polly Samson, esposa de Gilmour, para dar vida a la ÚLTIMA CANCIÓN DE PINK FLOYD.
El guitarrista ha manifestado en entrevistas que la canción versa sobre la simbiosis que manejaba con Rick Wright, y es así como finaliza, un disco ambiental cuyo remate es un himno al corazón de Pink Floyd, quien siempre estuvo presente y nunca dejó de entregar su creatividad, la cual fue de absoluta importancia para la banda.
No había otro final mejor, no podía ser con alguna letra activista como lo hubiera hecho Roger Waters, tampoco como lo hizo David Gilmour en High Hopes, tenía que ser con algo que nunca hicieron, un album instrumental en su totalidad, cuya pieza final fuera un mensaje conmovedor para alguien digno de inmortalizar.
Me gusta pensar en The Endless River como un disco reflexivo, donde puedo imaginarme vestido de blanco en un bote, en pos de un nuevo horizonte, sintiendo el aire y la brisa del mar chocando contra mi rostro (como en la portada), invadido por la paz y el bienestar.
Lo más lindo es el mensaje de Louder Than Words: aquellos vínculos que trascienden, que son más que palabras, cuya comunicación va más allá de lo que pronuncia nuestra voz; acciones; recuerdos; “esa cosa que le llaman alma”; es pasado y presente; olores; sabores; sensaciones; y lo que hacemos con nuestra y cómo la enfrentamos.
Es especialmente emotivo pensar todo ello en personas que físicamente ya no están con nosotros, sin embargo, The Endless River nos invita a creer en una ancestral conexión más allá del plano terrenal, y tengo la convicción de que todo lo que hagamos será más fuerte que una plegaria o un deseo, así encontraremos a quien siempre hemos buscado… y seguiremos hablando tanto como siempre quisimos.
Y así culmina la vida de Pink Floyd, anunciando que el final, en realidad, es la eternidad de las cosas, de su permanencia en nuestros corazones y la posibilidad de hacerse inmortales.