Escuchar a B.B. King es ingresar a un pequeño bar rústico, con luces amarillas por todos lados, lleno de personas que regresan del trabajo, cansados, sudorosos, cabizbajos y descargando su hastío con un tarro de espumosa cerveza clara en la mano; ahí podemos recrear la imagen del Rey del Blues, con su guitarra semihueca, frente a todos, tocando uno de sus espectaculares solos; expresando su género en su esencia más natural.

Rilley Ben King nació en la tierra del blues un 16 de septiembre de 1925, en una cabaña de plantación de algodón de Mississippi. Es por eso que su manera de sentir la música lleva consigo esa etiqueta: la historia de miles de trabajadores explotados cuyo único consuelo era una guitarra para hacer sonar unos acordes y requintos, acompañados del trémolo de la armónica.

Blues es tristeza, así comenzó en Mississippi y así continuó por largo tiempo para B.B. King. Con riffs lentos y ritmos pegajosos que hacen danzar tu cabeza de arriba abajo o de un lado a otro, después tomaba posesión de su Gibson apodada Lucille para repasar con enorme maestría las escalas pentatónicas a un ritmo descendente,estirando las notas para darle ese tono de lo que antes llamaban música de bajo perfil.

Recordar a B.B. King es imaginarlo tocando con los mejores guitarristas. Inolvidable aquella presentación con Gary Moore en la que inmortalizaron The Thrill Is Gone con su épica batalla de solos, también es escucharlo con Eric Clapton en el disco Riding With The King y vibrar con la efusividad de su voz grave y rasposa, en When Love Comes to Town acompañando a U2.

B.B. King es un pilar fundamental del blues, guitarrista, cantante, escritor y compositor que nunca desistió ante los señalamientos racistas ni los prejuicios, al contrario, sus raíces eran la inspiración y la materia prima para su creación. Música pensada en sus allegados, blues de negros para negros que fascinó al mundo. Quisiera que mis dedos en el teclado expresarán tanto como lo suyos en el mástil.