El gorrión de París
“En el amor, deben haber lágrimas.
En el amor, usted tiene que dar.
Y aquellos que no tienen lágrimas,
No podrán jamás amar.
Se necesita tanto y tantas lágrimas
Para tener derecho a amar”.
‘C’est l’amour’, Edith Piaf.
La conmoción se colaba entre los 40 mil parisinos que formaron parte del cortejo fúnebre de quien hasta nuestros días es reconocida como la más grande cantante del país galo. El deceso de Edith Piaf había ocurrido el 10 de octubre de 1963, en el sur de Francia. A pesar de ello, la noticia se hizo oficial al día siguiente cuando fue trasladada secretamente a París. Piaf debía regresar a la ciudad donde inició su controversial trayectoria.
Su verdadero nombre era Edith Giovanna Gassion. Existe la leyenda de que su madre dio a luz en la acera, pero en realidad su nacimiento ocurrió en circunstancias más ordinarias en diciembre de 1915. Lo que sí fue cierto, es que su infancia transcurrió en las calles y, en ellas, posteriormente comenzaría a cantar. Posteriormente en ellas comenzaría a cantar.
Educaba su voz escuchando por fuera la música de los establecimientos nocturnos, y eventualmente, decidió salir de los barrios pobres donde cantaba, hacia el otro lado de la ciudad. Ahí fue descubierta por Louis Leplée, dueño de un cabaret, la invitó a cantar en su negocio, donde ganó cierto reconocimiento. Fue él quien la llamó “La Môme Piaf” (pequeño gorrión), con su menuda complexión, emanaba un enérgico canto que atravesaba los rincones de París.
Desafortunadamente, los malos momentos para Piaf no se detuvieron. Leplée fue asesinado, y las autoridades señalaron a Edith como principal sospechosa. Al final se probó su inocencia pero la joven artista estaba devastada, había vuelto a las calles y en su depresión se formó el vicio al alcohol, entre otros malos hábitos, como disponer de varios hombres. En esas condiciones, el compositor Raymond Asso, quien ya la había escuchado antes, fue su segundo mentor y también amante.
La fama de Piaf iba en ascenso, con Mon Légionnaire dio un salto de los clubes nocturnos, hacia pequeños escenarios, pero enamoró a toda Francia con La Vie en Rose. Sin embargo, su vida estaba por demás muy lejos de ser como la canción; se vio envuelta en numerosas relaciones amorosas y pérdida de las mismas, resultado de ello están sus letras que plasman tanto amor como tragedia.
La fuerza de su voz y la energía de su interpretación se mantuvieron constantes, cantar era para ella la manera de hacerle frente a su duro pasado y a sus penas. Pese a la carga negativa, Edith Piaf se consolidó como una de las más grandes estrellas de su generación. Tenía una inquebrantable voluntad que la hacía pararse frente al público a pesar de los padecimientos provocados por los excesos, además de haber sufrido dos accidentes automovilísticos.
La adicción al alcohol y drogas le trajeron severos malestares, pero eso no la detuvo para que en 1959 diera una inolvidable interpretación de su último gran éxito Non, je ne regrette rien. La artista dejó los escenarios sólo hasta que la salud se lo impidió, meses antes de su muerte. Edith Piaf nos lleva a sentir intensas emociones con su música, transformó sus desgracias en armonías; con firmeza decía: “Si no hubiera tenido la vida que tuve, no sería capaz de cantar como lo hago”.