Paseo de la Reforma (1996) fue la primera novela que leí y mi favorita por mucho tiempo. Apenas tenía nueve años cuando la encontré en el rinconcito de libros de una tía, me cautivó la forma en la que estaba narrada, además como no era una lectura obligada, la disfruté y así fue cómo leí con gusto un libro “para adultos” por primera vez. Pienso que quizá esta novela pudo atrapar a una niña por el brillante manejo del habla coloquial de Elena Poniatowska, quien tiene la habilidad  de trasladar de su agudo oído la forma de hablar tanto de las personas en las calles, como la de la burguesía intelectual de aquellos años. 

La novela va sobre la vida de Ashby Egbert, un aristócrata que adquirió conciencia de clase al internarse accidentalmente en el Hospital Obrero, así como por enamorarse de otra personaje principal: Amaya Chacel, una mujer que rompía los estereotipos de “buena esposa”, de mujer  sombra y callada cuando hablaban los hombres. Más tarde descubrí que esa protagonista misteriosa y femme fatale estaba inspirada en nada más y nada menos que en una de mis ahora escritoras favoritas: Elena Garro. 

A propósito de ello Poniatowska cuenta: “yo creo que la figura de Elena Garro me impactó y trasladé muchas cosas de las que fui testigo al libro, a la novela. Tiene rasgos de ella que me impactaron. Hay cosas de Pita Amor (su tía) ahí también. En las historias de las mujeres de esa época en México sí sientes que hay un elemento de locura. Las maltrataban en el sentido de decir “vieja loca” cada que una quería hacer algo”.

Patologizar la locura ha sido una técnica histórica para invalidar el trabajo y acciones de las mujeres que han decidido salir de la norma establecida por el mundo patriarcal, mismo que comenzaba a ser trastocado y confrontado de forma pública por allá de los años 70, cuando el feminismo era minúsculo aunque de una fuerza enorme. Alaíde Foppa, escritora guatemalteca-española fundó junto con la escritora Margarita García Flores la revista Fem en 1976, una publicación trimestral en donde se dialogaban y visibilizaban temas feministas. Alaíde invitó a Elena, quien desde el inicio formó parte del consejo editorial.

Aunque es verdad que su vida profesional empezó casi veinte años atrás: como periodista y escritora de ficción de forma paralela. Apenas con veinte años empezó a colaborar en el periódico Excélsior, primero en el suplemento de sociales, (a donde mandaban a las mujeres que se atrevían a ejercer periodismo), aunque con el tiempo empezó a hacer entrevistas a los intelectuales más importantes de la época. ¿Por qué? Para empezar, la espinita del periodismo se le clavó a través de la profunda admiración que le tenía a una de las pioneras del periodismo mexicano: Ana María Trevizo “La bambi”, asimismo, Elena supo usar sus privilegios  para abrirse camino y en la medida de lo posible a muchas más.

En distintas entrevistas Poniatowska describe que en sus primeros años de periodismo navegaba con una “bandera de ingenuidad”, lapso en el que entrevistó por ejemplo a Buñuel, a Diego Rivera, a Mauriac, entre otros, sin saber mucho de ellos. Es verdad que podríamos decir que nuestra querida Elena pudo ser una mujer vigente y activa en la vida intelectual de esos años por ser nepobaby (su tía era Pita Amor y venía de la clase alta francesa) además por tener una belleza hegemónica; aunque lo anterior solo fue un pase de entrada para toda la labor periodística/ artística que desarrolló de forma brillante, consciente, respetuosa y con la más profunda curiosidad, pues hilaba las historias respondiendo a las realidades a las que ella misma no dudaba en acercarse. 

Que Elena haya tenido que recurrir a una bandera de ingenuidad para poder sentarse a la mesa a hablar temas “importantes” con los “genios artísticos” de la época, me causa rabia pero me parece inteligente de su parte, pues ella y sus lectores sabemos que de ingenua no tiene nada y que su sensibilidad y escucha le han permitido retratar de forma increíble distintas realidades y clases sociales del país. 

Como mencioné antes, Elena desarrolló el periodismo y la escritura de ficción de forma paralela y con tan solo 22 años, publicó su primer libro Lilus Kikus (1954), tras pasar por el famoso taller literario del escritor/agresor sexual, Juan José Arreola. En ese mismo año y gracias al mismo espacio, Carlos Fuentes publicó por primera vez Los días enmascarados (1954), para que se den una idea de la importancia que tenía Arreola para validar algunas de las publicaciones de esos días. Elena, tras la publicación de su última novela El amante polaco (2019), se atrevió a confesar el abuso sexual que vivió por parte de Arreola, mismo que era conocido hacer uso de su poder para acosar a sus alumnas. 

Resulta muy interesante que en muchos libros de su obra como: Tinísima, Hasta no verte Jesús mío, Las indómitas, Leonora, Querido Diego te abraza Quiela, Dos veces única, Las siete cabritas; retoma las historias de distintas mujeres para crear un eco literario de las historias particulares y diversas de estas artistas, trabajadoras, que fueron relegadas por el canon que ya conocemos, y nos aproxima a otra interpretación, a esa voz que resultaba secundaria y muchas veces ornamental. 

Por otro lado, en su labor periodística, la obra que le dio el reconocimiento y las miradas que merecía su trabajo, fue La noche de Tlatelolco (1971), pues recopila, analiza y exhibe la historia previa y posterior de la masacre de estudiantes de 1968 por orden de Díaz Ordaz y sus allegados. El libro es una polifonía, pues Elena entrevistó a decenas de personas involucradas en el movimiento, de hecho, a muchas de ellas fue a verlas a Lecumberri con su hijo pequeño en brazos. Elena no fue a la marcha ese 2 de octubre porque estaba a poco tiempo de dar a luz, sin embargo, al día siguiente salió a las calles gracias a su curiosidad incansable y su necesidad de narrar lo sucedido. Por este libro le otorgaron el prestigioso Premio Xavier Villaurrutia, mismo que rechazó por respeto a la memoria de las víctimas a manos del Estado, pues alegaba que no había nada que celebrar en torno a ese suceso. 

Al mismo tiempo que fue escritora y periodista, ha sido fuente indispensable -e inagotable- para distintas personas que investigan sucesos o personas específicas del siglo pasado. Hay un sin fin de documentales y cápsulas en donde aparece la cara de Elena, con su cabello claro y su sonrisa inconfundible, quien recurre a su memoria para contar de primera mano algunos chismes de la vida cultural y del clima social del centro del país. Asimismo, ha dedicado buena parte de su tiempo a prologar libros de nuevas generaciones de autorxs, con la inteligencia y amabilidad para dar una especie de bienvenida al oficio que ella ha habitado tantas décadas de su vida.

Apenas el 19 de abril de este año, 2023, se le otorgó la medalla Belisario Domínguez, presea máxima con la que el Senado de la República reconoce “como un merecido reconocimiento a su destacada trayectoria como escritora, periodista y activista; mujer de su tiempo y libre pensadora que expresa en sus letras sus firmes convicciones por ser parte de un México cada vez más libre, justo, igualitario y democrático”. ¡Bien por Elena!

La vida de la escritora que llegó de Francia con apenas ocho años a México, que huía de la Segunda Guerra Mundial con su familia, y que aprendió el idioma gracias a las trabajadoras de su hogar y del habla callejera, será condensada en un documental a cargo del cineasta Alex Albert y la productora Laura Aponte. En donde la escritora misma narrará sus vivencias bajo sus propios términos y con invitadxs como la fotógrafa Graciela Iturbide, y aunque la producción ya lleva un avance del ochenta por ciento, aún no se consigue el financiamiento  suficiente para terminarla. 

Desde tiempos inmemorables, la voz y la mirada de Elena Poniatowska han sido clave para entender y conocer el México contemporáneo, pues de forma incansable, caminaba con la misma familiaridad e interés la mesa de un Nobel mexicano y las fábricas de la ciudad con trabajadoras textiles. La versatilidad de Elena le ha otorgado mucha lucidez respecto a la realidades del mundo, y aunque el personaje que se mencionó al principio, Ashby Egbert, fuese inspirado directamente en Archibaldo Burns, también podemos ver mucho de Elena en ese personaje, pues decidió ir al revés de su realidad social y recorrer el Paseo del Siglo XX (y aún del XXI) desde todos los recovecos posibles.