Primera parte: surge el caos

La señora Ferguson, ama de casa en el norte de New Jersey, cuarenta años; estatura media, ojeras que enmarcan una mirada cansada por el ajetreado día, su cabello entre cano y rubio, amarrado en una coleta, revelaba el descuido de uno mismo a cambio del bienestar del hogar.

Terminados los deberes, y los niños reposando en su habitación; la casa finalmente transpiraba un ambiente de tranquilidad y pulcritud. Era la victoria rutinaria de la señora Ferguson, su único objetivo en la vida. Siguiendo con su ritualismo, decidió cambiarse por una vestimenta más cómoda, después, como boxeador noqueado, con una ligera sonrisa y orgullosa de sí misma, se dejó caer en la cama.

Era 30 de octubre de 1938, estiró la mano para encender su centro de entretenimiento y compañía por excelencia: el radio. Pasaban las 21 hrs. de la noche, giró con el pulgar y el índice la perilla para sintonizarse en la transmisión de la CBS, sonaba la música española de la Comparsita, posteriormente, un corte oficial.

Un boletín informa acerca de tres llamaradas expedidas desde Marte que se dirigen a la tierra. Fin del comunicado. Regresa la música en vivo, la señora Ferguson escucha mientras se relaja, no brinda ninguna importancia al informe, cierra los ojos, cruza los brazos y los coloca entre la almohada y su cabeza. Sigue la popular pieza: Polvo de Estrellas.

Repentinamente enmudece la canción, la estación establece conexión con el observatorio del profesor Pierson, el reportero, Carl Phillips, lo entrevista respecto a los hechos ocurridos en Marte. Con aire arrogante, escéptico, y muy profesional, rechaza la idea de que sea vida en otros planetas. La señora Ferguson ríe ligeramente, piensa que esta cobertura es innecesaria e incluso, fatua.

El cansancio y la transmisión adormecieron un poco a la señora Ferguson, perdió la conciencia un instante, se reinstaló en la realidad sacudiendo su cabeza bruscamente. Sabía que era hora de descansar, se levantó para taparse en las cobijas, apagó las luces; estaba a punto de apagar el radio, pero algo percibió en el tono sorprendido de quien hablaba, se detuvo a escuchar.

Era la declaración del señor Wilmuth, dueño de la granja en donde cayó un enorme cilindro metálico, de color blanco amarillento, medía aproximadamente 35 metros -Definitivamente no creo que sea un meteorito- dudó el profesor Pierson tras la pregunta del reportero.

La señora Ferguson sintió una sensación de incomodidad, ese que solo las madres de familia experimentan, algo en el entorno estaba fuera de órbita según su sentido común, de pronto dio un salto como si la hubiesen electrificado. Carl Phllips relataba en carne propia un momento insólito.

La voz temblorosa del reportero, el ambiente preocupante que se percibía a través de los gritos, empujones, llamadas de atención, y sobre todo, un zumbido sobrenatural que anunciaba la salida de un ser con tentáculos, cuerpo brillante, y una boca en forma de “V” que escurría saliva, causaron en la adormecida ama de casa un escalofrío que recorrió todo su torso, no creía lo que escuchaba.

El sueño se disipó, la señora Ferguson seguía sentada, un poco jorobada e inclinada hacia el aparato. El caos que ocurría en la granja de Gravers Mill, cercana a Nueva Jersey, tenía congelada, sin aliento y con los ojos extremadamente abiertos a la ama de casa. El terror inundó hasta el último tejido de su cuerpo cuando escuchó que la señal se cortaba tras un ataque con rayos de calor del ente desconocido. La voz del reportero se cortó.

Aparece la voz del comandante Montgomery Smith, anunciaba, seria y preocupadamente, que el estado de Nueva Jersey se encontraba en estado de guerra, miles de tropas se acercaban a la zona de desastre para neutralizar a los terribles invasores. La señora Ferguson sintió como sus órganos se comprimían de la impresión.

-Esto debe ser una estúpida broma- reprochaba. No daba crédito a lo que escuchaba, aun así, se mantuvo en la transmisión. Aquel retortijón que sintió hace unos momentos se convirtió en un puñetazo aniquilante en la boca del estómago cuando se enteró del fallecimiento de Carl Phillips. Sintió otro relámpago, pero esta vez en la cabeza; era hora de escapar.

Sacó del ropero tres maletas enormes color negro, compulsivamente guardó toda la ropa que pudo, abrió los cajones, y sin ningún escrúpulo metió todos los papeles en una. Se dirigió a la recamara de los niños, no quiso alarmarlos todavía, por lo tanto, con el sigilo de un depredador, entró y sacó todo lo necesario para salir en cuanto sea momento. Tenía una esperanza en el poderío militar, así que regresó al radio.   

La situación empeoraba, y la señora Ferguson se trastornaba más. Ahora escuchaba al capitán Lansing desesperado. “Lo único que queda es estrellarnos contra ellos”, escuchó la ama de casa. Lágrimas se escapaban de sus cuencas, se tapó las manos con la boca, cerró los ojos con fuerza desmedida y su cuerpo titiritaba de frío, al final se estrelló el avión y se cortó la transmisión. Era hora de huir.

Puso las maletas en la puerta. Despertó a sus hijos, no dio explicación alguna y los trasladó a la puerta. Llamó a las vecinas, algunas estaban tan alteradas como ella, otras, al momento de oír a la señora Ferguson, soltaron un enorme suspiro y prepararon la huida. Solo una escéptica tuvo el descaro de corroborar el terrible relato, cambiaba a estaciones que permanecían en su estado normal, regresó a la CBS, en ese momento, descubrió una sorpresa.

Eran las 21 horas con 40 minutos, y lo que parecía el inminente final del planeta Tierra se desenmascaró en lo que era en realidad, una transmisión de radioteatro: La Guerra de los Mundos, adaptada por Orson Welles, quien, al mismo tiempo, interpretaba al personaje principal: el profesor Pierson. Había terminado la primera parte de la novela de ciencia ficción y los comerciales dejaban claro que se trataba de una falsedad.

Orson Welles

Así como la Señora Ferguson, quien quedó ridiculizada al sugestionar la historia, se estima que un millón de estadounidenses salieron despavoridos tratando de escapar de la falsa invasión. Iglesias repletas de gente rezando; el tráfico en su estado máximo; la telefonía saturada; la anomia total en la ciudad de Nueva Jersey marcó un Halloween inolvidable que dejó muchas enseñanzas.

La Familia de Joseph Handley estaba con los pelos de punta con la Guerra de los Mundos, intentaron escapar, sin embargo, su situación geográfica no se los permitía con tanta facilidad, por tanto, decidieron esperar, y para su sorpresa escucharon los comerciales, se percataron que era parte de un teatro, y continuaron con escuchando. “Cuan hermosas nos parecen las cosas en la Tierra” Exclamó el señor.

Archie Burbank, trabajaba en una gasolinera, tras todo el caos decidió llenar el tanque de su carro para escapar lejos, pero cuando notó que la Guardia Nacional y las advertencias no ocurrían, llamó al periódico Newark Evening News, contestaron que no tenían registro de los sucesos. Así que el señor decidió continuar su vida con normalidad.

Archie Burbank, Joseph Handley, y la señora Ferguson. Fueron parte, semanas después, de una encuesta donde se registraron las conductas ocurridas durante la noche de La Guerra de los Mundos. El evento, desveló un poder del que aún no se tenía conciencia, y hoy día, permea y repite la fórmula, aunque de distinta forma, es decir, los medios de información generan un efecto (con diferentes resultados) en las audiencias.

Psicólogos y sociólogos encontrarán un nuevo campo de estudios, no obstante, dichos descubrimientos y estudios difundidos serán utilizados para distintos objetivos, entre ellos, conducir a la audiencia a actuar de una forma determinada que beneficie a quienes ejercen el poder.

La Guerra de los Mundos será un parteaguas para el estudio de los mass media, el uso de expertos, de un buen guión, de que la ejecución adecuada de los elementos radiofónicos y televisivos pueden causar sensaciones y acciones en la audiencia. Simplemente maravilloso, pero también, terrorífico.

 

Segunda parte: lo que nadie escuchó

Regresando de comerciales, algunas personas ya estaban lejos de hogar, otras, tratando de escapar, es muy poca gente que tuvo el privilegio de escuchar la segunda parte de La Guerra de los Mundos, y si lo hicieron, estaban confundidos o enfadados por tratarse de un “susto”.

El profesor Pierson relata las memorias de sus días a lo largo de la invasión y caída de los extraterrestres. No tengo otra palabra para describirla, es sublime, sitúa la soledad avasalladora, la desesperanza, confusión total, un ambiente totalmente apocalíptico. La voz de Orson Welles te envolvía en una reflexión enorme y una preocupación constante.

Lo más importante, la reflexión en dos momentos clave de la historia: La primera, refleja la conducta ambiciosa del hombre en instantes de peligro ¿qué es capaz de hacer uno en situaciones desesperantes? ¿hasta dónde se cree suficiente para llegar? Y sucede que Pierson encuentra otro habitante en la Tierra que lo motiva tomar acciones contra los invasores, la respuesta del profesor es concreta.

Al final, Pierson descubre otra conducta de los humanos, que parece que él no posee. El último día feliz para el profesor fue antes de encontrarse con aquel cilindro, después, y a pesar de que todo vuelve a la normalidad. El miedo parece sellarlo de por vida.

Somos diminutos en comparación a todo lo que nos rodea, llámese Tierra, o universo, desde esta visión, parece que los eventos, los desastres, estarán fuera de nosotros en todo momento. La vida y la muerte son una ruleta espontánea. Es por eso, que Pierson vive con miedo, terror a lo que suceda y que está fuera de nuestro panorama.

Lo repito: vivir con miedo, asustarnos a partir de hechos reales, o quizá no tienen necesidad de serlo; solo es necesaria una serie de expertos y un buen manejo de los medios; el descontrol lo ponemos nosotros, y como resultado, una solución que debilita nuestra libertad, o que fortalece a los “invasores” ¿creen que esto tenga lugar en la actualidad?

Sinceramente, no sé de qué forma reaccionaría si hubiese vivido la transmisión en vivo de La Guerra de los Mundos. Lo que sé, es que gracias a ello existen nuevos mecanismos en los medios, instrumentos que invaden nuestro pensamiento, lo manipulan, depende la persona, pero tiene mayor resultado que disparar rayos de calor.

A 59 años de La Guerra de los Mundos, la Tierra no ha sido invadida por nadie más que por el humano mismo. En eso falló el profesor Pierson, pero lo que acertó, quizás, es que el 30 de octubre de 1938, fue el atardecer de aquel último… gran día.