¿A quién no le gusta soñar en el futuro de aquello que hoy parece inexistente? Desde siempre, los humanos nos hemos distinguido por la capacidad de imaginar las distintas rutas que pueden tomar nuestras vidas y el entorno en el que convivimos. En numerosas ocasiones el resultado de estas creaciones tiene matices apocalípticos y en otras, la vida del hombre se sintetiza a la codependencia de las avanzadas tecnologías. Algunas veces estas dos ideas se mezclan de manera uniforme. En muy pocos casos, la mezcla desemboca a una herencia genial.

Cuando pensamos en mentes geniales entendemos que son mentes capaces de observar situaciones y condiciones que, para el humano promedio, sería menos fácil o casi imposible. Pensar en nuestro contemporáneo programa de televisión Big Brother nos llevaría de regreso a George Orwell y su 1984. Pensar en la automatización y las nuevas formas de producción nos remitiría a Un Mundo Feliz de Aldous Huxley, pero el día de hoy, 22 de agosto, nos invita a recordar a otro grande de las novelas distópicas: el fallecido escritor Ray Bradbury.

Un día como hoy de hace 99 años en la llamada Tierra de Lincoln nacería este escritor que, seguramente, gran cantidad de los estudiantes universitarios han tenido la oportunidad de conocer. Se dice que la tía de Bradbury fue quien lo acercó a un gigante del cuento: Edgar Allan Poe y de esta forma comenzó a escribir desde la infancia; sin embargo, no fue sino hasta 1938 que publicó su primer trabajo, en una época en la que ─como muchos hombres dedicados al quehacer artístico, antes de convertirse en
hombres de letras, se ganan la vida con otras actividades─ se dedicaba a vender periódicos.

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En su camino, serían dos hechos cuyo valor sería un detonante de inspiración y estilo para el escritor: por un lado, el gran logro en animación alcanzado por Disney en el año de 1940 con Fantasia y, por el otro, la hazaña que este año cumplió medio centenario y representó un orgullo para la sociedad norteamericana: el alunizaje de la misión espacial Apolo 11. No obstante, 19 años antes de que el hombre caminara sobre la superficie lunar, Bradbury ya había encontrado en el espacio un entorno propicio para contar sus historias.

Para el año 1950, la fama del escritor despegaría con la aparición de su compilación de relatos que narran los intentos colonización del planeta rojo por parte de la raza humana: Crónicas Marcianas. Estos textos encuentran su más importante significación en la capacidad de su autor para plasmar algunos vicios y situaciones que mantenían al pueblo estadounidense en un estado de amenaza e incertidumbre. A éste, le seguiría la publicación de otro éxito: El hombre ilustrado, un conjunto de cuentos de ficción a través de los que explora los matices de la naturaleza humana.

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No obstante, su obra más conocida vería la luz para el año 1953. Con Fahrenheit 451, Ray Bradbury logra una novela entretenida cargada de una reflexión sobre el conformismo de una sociedad sometida ante la capacidad de un estado totalitario a cargo de un poder mediático avasallador cuya arma infalible de dominación es la ignorancia de sus gobernados. Este clásico es, indudablemente, una forma sencilla de acercarse a la obra de un escritor, poeta y guionista cuya voz y obra van más allá de esta novela distópica. Un hombre cuyo carácter siempre se pronunció no solo en apoyo a la creación y la imaginación, sino como crítica de un entorno que se ha embebido con un individualismo sin límites y que se ha esparcido a través de todo el mundo.

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‘’…La habilidad para fantasear, es la habilidad para sobrevivir. Para los niños y niñas de entre 10 y 13 años el momento más importante de su día es, especialmente en la noche; antes de dormir, cuando sueñan con convertirse en alguien, con ser alguien…’’.

-Ray Bradbury-