Puede que nosotros hayamos nacido en la cara buena del mundo, a él le tocó llegar un 11 de octubre de 1966 en la cara mala y sin saberlo, llevaba la marca del lado oscuro. 

A Jarabe de Palo lo conocí a finales de los años noventa, seguramente gracias a un disco MP3 del tianguis, el bazar o el metro. La Flaca, su explotadísima y hermosa  canción solía ser parte de aquellos volúmenes antológicos de “Rock en tu idioma” y por lo tanto, parte del soundtrack de mi preparatoria… Ron de coco, cigarros Camel y Jarabe de Palo en la azotea de mi amigo Gustavo, lo recuerdo bien.

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Aunque la banda catalana ya tenía un lugar en mi memoria musical temprana, a Pau Donés (el autor, el individuo), lo empecé a descubrir/valorar muchos años después, creo que fueron sus letras las que llamaron mi atención. A diferencia de algunos de sus contemporáneos como Enrique Búnbury, Fito Paez o Saúl Hernández (cuyos intereses líricos parecían estar enfocados en decirle al mundo que eran el ombligo del universo), la escritura de Donés era más vulnerable, más honesta, menos mamona pues.

Mientras Búnbury o Hernández cantaban sobre delirios cósmicos con chispas adecuadas o células que explotan, Pau Donés hablaba sobre disfrutar la vida, ser positivos, bailar… Era como si todo le pareciera bonito.

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Escuché Jarabe de Palo algunos años de forma constante y de alguna manera, junto con mi antología de Serrat, se convirtió en mi trova, mi bohemia. Desafortunadamente me llegó la edad de la “punzada”, esa etapa de tu vida donde rechazas la música en español, te avergüenzas de los que escuchabas en tu infancia y te haces “el interesante” con tus discos de rock progresivo. Uno de los álbumes que tiré en mi bolsa de pedantería fue mi CD de Vuelta y Vuelta.

En el 2017, gracias a la vida y a una persona muy especial que me invitó al concierto, regresé al universo de Jarabe de Palo en el Teatro de la Ciudad de México (Esperanza Iris para los cuates), un lugar muy particular, muy de época, muy elegante; sientes que en cualquier momento Porfirio Díaz se va levantar a aplaudir. Para ese entonces Pau Donés ya tenía cáncer y había superado una fase muy delicada de su enfermedad. El recital que dio aquel día (breve y hermoso) fue digno de una persona sin miedo y sin fe, en total control de su arte y su vida, realmente memorable.

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Un año después volví a ver a Donés (por última vez) en un festival musical en Querétaro, recuerdo que el cielo estaba despejado, el pasto muy verde y también recuerdo su versión de Grita 🙁 .

Dos años después, el 9 de junio de 2020, el músico perdió la batalla. Decir que no importa que se fue porque siempre lo recordaremos por su música sería un cliché y una mentira. Me enfurece que Pau Donés haya muerto, me entristece que no pudimos escuchar más de sus composiciones y que su vida, fue una película del cine sin final en el guión. Eso sí, rindo homenaje a su arte, a su vitalidad, a su positivismo y a sus palabras, sobre todo a sus palabras. 

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Si me preguntan si la vida de Pau Donés fue una celebración o una tragedia, diría que ambas porque al final del día todo depende, de según cómo se mire todo… 

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