“Los sueños con los años también se van, las arrugas que tenemos es la tierra que nos jala”. 

Leonora Carrington fue una niña inglesa que gustaba de jugar con muñecas; dibujar era parte de su actividad diaria, así como escuchar fábulas celtas narradas por su nana. Probablemente al ser expuesta a tan temprana edad a la magia, hechizos y a todo lo fantástico se convirtió en un alma surrealista. 

La rebeldía, la libertad y el feminismo fueron las actitudes que adoptó desde su adolescencia y se convirtieron en guías y motores que más adelante determinarían el camino de su vida y obras. Leonora creció rodeada de privilegios económicos que le concedieron conocer el arte en varias formas: literatura, música, pintura, teatro, escultura… Con el paso de los años ella supo aprovechar lo aprendido y creó pinturas, esculturas, grabados y joyería. Pero su talento no se quedó ahí, trascendió a las palabras y escribió dramaturgia, novela y cuento. 

El surrealismo fue la corriente artística donde se desenvolvió, sin embargo Leonora lo consideraba más como una etiqueta. La escritora Beatriz Espejo en alguna ocasión le preguntó “¿Por qué escogió la tendencia surrealista para expresarse?” y Carrington respondió: “Eso es solo una etiqueta. Hago lo que hago porque así lo siento y lo veo. Mis temas surgen simplemente. Los hallo cuando miro a través de la ventana o cuando pelo una zanahoria. Vienen de afuera…”

Los expertos de arte señalan que su obra es una mezcla de autobiografía y ficción, además agrega tintes muy marcados de cotidianidad y magia. Seres fantásticos, mitología celta, cábala, tarot y religión también protagonizan su trabajo. 

Los 94 años que vivió Leonora Carrington Moorhead fueron intensos. La constante de su infancia y adolescencia fue el ser expulsada de colegios por “deficiencia mental”. A sus 20 años se enamoró de Max Ernst, artista surrealista alemán que le doblaba la edad y fue un parteaguas en su vida. Se integró al grupo surrealista de Andre Bretón, y convivió con Salvador Dalí, Joan Miró, Man Ray, Pablo Picasso, Lee Miller y Luis Buñuel; ellos la consideraban como una de sus principales musas.

“No tuve tiempo de ser la musa de nadie… Estaba demasiado ocupada rebelándome contra mi familia y aprendiendo a ser una artista”

Leonora Carrington, 1983.

Enfrentó la segunda guerra mundial. Fue internada por su padre en una clínica psiquiátrica en Santander, España. Más adelante sería transferida a un segundo hospital en Sudáfrica, pero logró escapar. Acudió a la embajada mexicana para pedir asilo político y ahí conoció a Renato Leduc con quien se casó para huir de la guerra y librarse de su padre. 

Una vez consolidada en México hizo amistad con Frida Kahlo, Diego Rivera, Carlos Fuentes, Octavio Paz y Remedios Varo, quien se convertiría en su íntima amiga. Tuvo un segundo matrimonio con el fotógrafo húngaro Emir ‘Chiki’ Weisz y tuvieron dos hijos: Pablo y Gabriel. La mayor parte de su vida la pasó en México y fue aquí dónde su potencial artístico se desarrolló plenamente. 

Nos dejó su legado de pinturas (aquí las más representativas):
Autorretrato (1937-1938)
La Giganta (1947)
El Gato (1951)
La hermana del Minotauro (1953)
Laberinto (1991)

Y también sus escritos:
La casa del miedo, Una camisa de dormir de franela, La señora Oval: Historias surrealistas, La trompeta acústica, La puerta de piedra, El séptimo caballo y otros cuentos, Conejos blancos, En bas (autobiografía) y La invención del mole.

Hoy, 25 de mayo, Leonora cumple su noveno aniversario luctuoso. Ella nos enseñó que la libertad lo es todo. La fortaleza no sólo es física, también se debe procurar en el espíritu y en la mente. El mundo es mejor cuando lo vemos y vivimos con un poco de magia y fantasía. Ser musa no es opción. “El mundo que pinto no sé si lo invento, yo creo que más bien es ese mundo el que me inventó a mi.”