Un 4 de agosto de 1962 el mundo se paralizó con la sorpresiva noticia, “Marilyn Monroe ha muerto”, se leía en cientos de titulares a los que nadie daba crédito.  Aquella mujer de belleza insuperable y personalidad seductora, había dejado el plano terrenal para convertirse en la figura etérea cuyo recuerdo trascendió a través del tiempo.

Envuelta en un torbellino de morbo y especulaciones sobre su muerte, fue como terminó el ícono sexual del siglo XX. Suicidio, homicidio, accidente o asesinato, fueron las versiones que circularon sobre la tragedia y aunque aún en nuestros días, no queda claro lo que ocurrió con la mujer que fue fantasía de hombres y féminas; me parece sensato dejar de lado lo frívolo de su deceso para retomar la figura del ser que escondía su fragilidad tras la intensidad de unos labios rojos.  

Con tan solo 36 años de edad, Marilyn Monroe se encontraba en la cúspide de su carrera. Más de 30 películas figuraban en su filmografía, muchas resultaron éxitos en Hollywood como: How to marry a Millionaire o The seven year itch, en esta última quedaría inmortalizada por la sensual escena en la que el aire del metro levanta su vaporoso vestido blanco.

Su talento era innegable y su curvilínea figura robaba el aliento,  pero su belleza resultó ser su peor castigo. Encasillada en el papel de la rubia tonta, como su protagónico en la cinta Gentlemen prefer blondes, su salud emocional comenzó a deteriorarse a tal grado de quebrantar su espíritu y sumergirla en el oscuro mundo de las inseguridades.

Debo admitir que ya todo se ha escrito de ella, así que con estas líneas intento rememorar el lado más íntimo y humano de la chica de melena platinada. Para mí, la forma más justa de recordar a  Marilyn Monroe, es como la describió el literato y periodista Truman Capote, en el dulce obituario disfrazado de novela que tituló “Una adorable criatura”, albergado en su libro Música para camaleones de 1980.

En un hábil juego entre líneas,  sobresale la esencia de la mujer que pocos veían, pero que Capote conocía: “esa presencia, esa luminosidad, esa inteligencia deslumbrante, nunca podría salir a relucir en el escenario. Es algo tan frágil, tan sutil, que sólo la cámara puede captarlo. Es como un colibrí en vuelo: sólo la cámara puede congelar su poesía”.

Me quedo con ese enunciado y esa imagen de ella. Más allá de un símbolo sexual o de una pícara actriz, era una mujer inteligente, una chica llena de inseguridades, alguien que reclamaba amor y una familia, era un simple ser humano. Ya lo había cuestionado Marilyn a Capote “si alguna vez te preguntan cómo era yo, ¿cómo contestarías esa pregunta?”. Yo diría… Diría que era una hermosa niña.