“Lo que él realmente necesitaba era una botella de cerveza helada, con la etiqueta un poco mojada y esas gotas frías tan hermosas sobre la superficie del vaso.” Con esta frase se podría resumir la vida y arte de Charles Bukowski, un poeta de los instintos más primarios del ser humano, un cronista del vicio, del sexo y de la desfachatez.

Para Bukowski, la literatura nunca fue un canal para narrar lo bonito, lo limpio o lo elegante; su prosa, extraída de lo profundo de las cloacas, revelaba un mundo de impulsos, un universo donde las personas no tenían miedo de seguir sus más prosaicos ímpetus, una vida que por lo general, no nos atrevemos a seguir.

Su vida, como su obra, está repleta de anécdotas imposibles, un sinfín de historias inmundas que poco a poco fueron forjando la leyenda de Bukowski, un mito que lo acompañaría por el resto de su vida. Relatos como la primera palabra de su hijo -licor-, su juerga legendaria con Neal Cassady -protagonista de On the Road de Jack Kerouac- o su larga amistad con el actor Sean Penn; hicieron de Bukowski el último rockstar de las letras.

La escritura de Bukowski siempre me pareció tremendamente entretenida, su capacidad para crear atmósferas decadentes -pero encantadoras-, era admirable. Increíble como tantas groserías, vulgaridades y escupitajos podrían convertirse en un lenguaje casi lírico. Como novelista, poeta o ensayista, el escritor hizo desfilar personajes estrafalarios -nunca mejor dicho- por sus páginas, ante todo, Bukowski era un narrador de sentimientos y siempre fue empático con sus vagabundos, sus prostitutas y sus chulos.

A través de su carrera, el californiano nos llevó por pasadizos demenciales. La Máquina de Follar; Erecciones, Eyaculaciones, Exhibiciones; Música de Cañerías o Pulp, son obras que comparten la capacidad del shock, libros que descubren una realidad que nadie quería conocer pero que al final, todos aprendimos a estimar.

En su columna periodística ‘Notes of a Dirty Old Man’, Charles Bukowski dio rienda suelta a todos sus malestares, criticó, insultó y apedreó a la sociedad moderna.  A 97 años de su nacimiento, así es como me gustaría recordar al viejo sucio, no como un escritor de vanguardia que influenció a los escritores actuales, sino como un hombre que sangraba su pluma documentando los más despreciables recovecos del humano, hasta que la última gota de su helada cerveza se terminara.