“Música para mis oídos”, es la frase popular que describe cuando alguien escucha algo por demás agradable. Es increíble que mediante un texto no podamos retratar lo que el sonido nos dice. Lo que uno siente cuando percibe una serie de acordes y melodías que entran al cuerpo como el big bang, una explosión con origen en el pecho que se expande a cada célula de nuestro ser infinito para exacerbar las sensaciones; convierte el dicho en una vaga simplificación.

Incluso en la creación del universo me cuesta creer que hubo silencio; toda época, situación, momento y atmósfera, está sonorizada. Gracias a la música podemos volar hacia donde nunca imaginamos llegar, cuando recreamos un paisaje y cerramos los ojos, el cuerpo sensibiliza su sentir hasta formar parte ello en lo que nos encontramos.

También es un modo de persuadir. Se trata de convencer al oyente para que reaccione en relación a la intención del compositor. Es posible incitarlo a despertar emociones y dejarlas fluir, como las millones de lágrimas que han brotado del rabo de nuestros ojos; o cantar al unísono acompañado de una descontrolada fuerza motivada por la identificación de un grupo de personas.

La música está en todo, posee la fuerza del mar para arrollar y sumergir a quien se le ponga enfrente, debajo de ella hay un mundo nuevo en el que deseas permanecer, pero también quema y carcome como la lava del volcán, lastima, puede matar; desestabiliza como un terremoto, incomoda, pero en todo caso, es un gran acompañante como el viento, es reconfortante. Está claro: el sonido es elemental, es parte de la naturaleza.

Además, contextualiza, describe, y explica lo que el hombre no puede con las palabras, es otra manera de conocer el ethos de diferentes culturas. La música es partícipe de las humanidades, es un personaje omnipresente, cuenta historias que empiezan adentrándose en los oídos y acaba en la recreación insólita que hemos mencionado.

Todo lo descrito es ineficiente para homenajear a la música. Existirán autores que puedan acercarse, pero dudo que alcancen a hacerle justicia a una de las creaciones más fascinantes de todos los tiempos.

Gracias a la música por marcar momentos clave en nuestras vidas, por hacernos sentir en compañía a partir de una esencia incomparable, por tomarnos del lóbulo de la oreja, y poco a poco, darnos el pie para imaginar paraísos que solo nosotros podemos inventar. No imagino expresión sin los sonidos que conmueven el alma. Vivir para escuchar; eso es, “música para mis oídos”.