El favorito de tu tía moderna

Desde hace 40 años, el término “chica Almodóvar” es sinónimo de una mujer única, auténtica, diferente y todos los términos “empoderantes” conocidos por el humano. Actrices de todo el mundo torturan a sus representantes esperando conseguir una oportunidad de formar parte del panteón Almodovariano.  

Basta una simple búsqueda en Internet para encontrar docenas y docenas de autores alabando la representación de las mujeres dentro del cine disruptivo del cineasta español. Sin embargo, para este humilde autor es vital comenzar a analizar a Pedro Almodóvar desde la perspectiva de alguien menor de 40 años.

El mito popular

La dictadura franquista es uno de los momentos más oscuros de la historia contemporánea, especialmente por su duración y magnitud. España comenzó la década de los 80 como una nueva entidad que buscaba liberarse de las opresiones y el silencio que asfixió al país por 36 años.

Durante esa búsqueda de libertad, surgió un joven cineasta que amaba a las mujeres como le gustaban sus colores: chillones. Drogas, minifaldas, transexuales y familias rotas comenzaron a llenar las pantallas del nuevo cine español de la mano de un tal Pedro Almodóvar Caballero. 

En un medio donde la ama de casa perfecta y la virgen paciente eran la norma, las mujeres que presentaba el calzadeño fueron una bomba nuclear que sacudieron a la sociedad europea hasta sus cimientos. Elvira Lindo escribe al respecto:

Ser chica Almodóvar no era un privilegio exclusivo de las actrices que aparecían en sus películas. La ficción había calado de tal manera en la realidad que las calles de las ciudades españolas se llenaron de chicas que trataban de emular con su misma vida a esos personajes que tan intensamente experimentaban el amor, el desamor, el desamparo o la solidaridad entre mujeres.

Bajo estos términos, pareciera que el cineasta debería ganar el premio Nobel de la paz y este escrito está muy cerca de terminar, ¿No es así, querido lector? Pero no hay mejor maestro que la experiencia propia, y cuando uno mira de cerca la filmografía del director, comienza la ruptura entre el mito popular y la realidad fehaciente. 

La realidad fehaciente

María Mar Soliño Pazó separa acertadamente los personajes femeninos de Almodóvar en las siguientes estereotipos: 

  • La mujer enamorada 
  • La ama de casa 
  • Las prostitutas 
  • Los transexuales 
  • Las madres

Esta distinción cobra relevancia cuando nos damos cuenta que absolutamente todas las categorías comparten la misma espina dorzal: una total, completa, enfermiza y melodramática obsesión en el amor romántico, el hombre y el sexo. La inmensa mayoría de las tramas Almodovarianas comienzan y están motivadas por el amor o aprobación de un hombre. 

Contradictoriamente, según Inmaculada Sánchez-Labella Martín:

Pedro Almodóvar vuelve a suponer un punto de innovación, y por tanto, de ruptura con lo hasta ahora representado. Para él las mujeres son las protagonistas, son fuertes, luchadoras y autosuficientes pero al mismo tiempo son sufridoras y tienen como denominador común que están solas, aunque son plenamente dueñas de su propia soledad; en esta nueva imagen se ve involucrada la figura del hombre travestido como una nueva mujer.

Esta cita y este texto son fundamentales para el punto que busca toda esta palabrería mía. Sánchez-Labella va tan lejos como cuantificar puntualmente las situaciones sentimentales, edades, profesión y aspecto para demostrar la divergencia de las chicas de Almodóvar. ¿Pero cómo podemos hablar de mujeres “autosuficientes” cuando las películas del español fallan en la prueba de Bechdel durante al menos dos tercios de su duración? 

La prueba de Bechdel es un método casual para evaluar la calidad de los personajes femeninos en una narrativa. Un producto aprueba cuando cumple tres requisitos: 

  1. Aparecen al menos dos personajes femeninos 
  2. que mantienen una conversación 
  3. que no tiene como tema un hombre.

Cuando una de tus obras emblemáticas se titula Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988) y el motivo del ataque de nervios es la relación de las mujeres con un hombre particular, el núcleo de tu trama está completamente reprobado por Bechdel, sin importar cuántas protagonistas tenga. 

La misma Sánchez-Labella Martín define al director como un realizador de cine feminista, utilizando la definición ”La teoría feminista, en todas sus modalidades, parte de tres principios fundamentales: el carácter artificial del género, especialmente opresivo para las mujeres, su construcción por parte del patriarcado y la creación de una nueva sociedad no sexista a partir de las experiencias femeninas.” 

Bajo esta misma definición, no puedo pensar en nada más artificial y opresivo que retratar perpetuamente a la mujer desde su obsesión con el hombre o su desempeño como madre. ¿Dónde están las protagonistas asexuales, sin hijos y/o de color?

La misoginia como idealización

El mismo cineasta ha declarado “Las mujeres resisten mejor que los hombres los golpes de la vida. Esta capacidad de resistencia siempre me ha inspirado”. Aunque menos reconocida, un tipo de misoginia también es la idealización de la mujer.

Antonio Fragua Dols menciona concretamente:

Resulta notoria la imagen desmedida y tan poco real que crean los autores, de la dama; su caracterización, sus atributos y virtudes son exagerados. Llega a niveles tan deshumanizados que se nos presenta como un sujeto difuso, con cualidades divinas, merecedoras de culto; dama a la que en numerosas ocasiones solo se la menciona y no está presente. Más que a un propósito sincero de engrandecer y dignificar a la mujer, parece que esta idealización responde al sentimiento exaltado del caballero.

Así entonces, esta predisposición del realizador a la mujer sufrida pero incansablemente resistente, no sólo nos termina por llevar una y otra vez a los mismos resultados lacrimosos, sino a la desproporción de la mujer en sus infinitas facetas. La representación no tradicional de la mujer siempre es bien recibida, pero existen muchas más vertientes para ellas además del melodrama y la comedia pícara. 

El límite está claro

Hasta ahora las faltas de Almodóvar han sido mayormente inofensivas, pero para cerrar este desvarío es imperativo hablar del tema más escabroso en su trabajo: las violaciones. 

Para los seguidores del ciudadrealeño no será sorpresa la mención de Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980), ¡Átame! (1989), Kika (1993) y Hable con ella (2002) como filmes problemáticos. En cada una de estas cintas se presenta la violación de una protagonista femenina como un acto de amor, un punto chuzco en la trama o incluso un acto liberador. 

En su texto Relatos culturales y discursos jurídicos sobre la violación, Panagiota Koulianou-Manolopoupou y Concepción Fernandez Villanueva escribieron “Algunos autores importantes en la literatura moderna y contemporántea presentan relatos de violación como producto de un deseo sexual natural, provocado por la belleza de la mujer que se apodera de la volundar del violador y le impopulsa a gozarla sin pensar en las consecuencias”. 

Hasta el día de hoy aún existe debate sobre qué tan realmente influyente puede ser una escena o una película sobre el espectador. Según Lindo “el artista no puede ser el guardián de su influjo”, y estoy de acuerdo con esa declaración hasta cierto punto; no obstante, el límite está claro cuando tu película es deliberadamente vaga sobre la responsabilidad de un violador y su representación como un mártir liberador. 

Hora de cuestionar a nuestros estandartes

Este escrito no pretende de ninguna forma enjuiciar o presentar cargos contra Pedro Almodóvar. Como profesional del cine, sería negligente de mi parte negar las aportaciones sociales y cinematográficas del director. Por supuesto que sus obras fueron revolucionarias y ayudaron a mucha gente a buscar su libertad en una España post-franquista.  

Pero después de 23 películas y 40 años, es irrefutable la obsolescencia actual del modelo Almodovariano. Nos hemos enredado tanto en el mito de “las chicas Almodóvar” que casi nada se escucha sobre cuestionamientos o replanteamientos críticos sobre su obra. 

Claro que una mujer soltera y estrambótica era impensable en el cine europeo del siglo pasado. Durante décadas, Almodovar fue demasiado grande para este mundo, pero ahora Almodovar se queda muy pequeño ante el inmenso mundo de diversidad que tenemos ante nosotros. Llegó la hora de cuestionar nuestros estandartes de libertarismo y dejar de conformarnos con el mínimo indispensable. 

El hombre blanco cisgénero cumplió con su aportación y se le reconoce, pero los espacios y los momentos al fin son aptos para permitir que diferentes visiones nos sacudan tan profundamente como las mujeres dramáticas del cineasta sacudieron al mundo hace 40 años.