Tiempos (pos)modernos
A más de 130 años del nacimiento de Chaplin
El reloj marca las seis de la mañana. Un rebaño de obreros despersonalizados es engullido por un edificio recto que escupe humo. El presidente de la Electro Steel Corp. ordena aumentar la velocidad de la sección cinco. Y entonces lo vemos.
Casi no lo reconocemos, puesto que no lleva bastón, pantalones holgados o ese característico sombrero de hongo. Pero su bigote permanece perenne como signo inequívoco de su identidad, una identidad que no puede ser usurpada por el sistema.
Corría el año de 1889, dieciséis de abril para ser exactos, Charles Spencer Chaplin vio la luz. Sin embargo, su pequeño mundo pronto se cubrió de obscuridad. Abandonado por su padre alcohólico y al cuidado de su madre, una actriz de cierta fama, conocida como Lily Harvey, que padecería problemas psiquiátricos, Charlie era el protagonista ideal de una novela de Dickens.
A los cinco años realizó su debut en los escenarios, supliendo a su madre cuya voz, al igual que su salud mental, se iban deteriorando a un paso veloz. Sumido en la pobreza Chaplin canalizó su desgracia en la actuación y fue ésta quien logró sacarlo del hoyo en que se encontraba.
Podríamos hablar de la biografía de este excelso comediante del siglo XX, pero eso sería ocioso. La fama y la historia de Chaplin trascienden la brecha del tiempo y millones de letras han sido plasmadas en papeles de todo el mundo, explicando su historia, su feroz manera de dirigir, el escrutinio que realizaba a todos sus filmes antes de lanzarlos y su obsesión por la perfección.
Es por ello que lo ideal será enfocarse en la crítica que, a través de un humor fino, estético y accesible, realizó a la era moderna que se cernía sobre el nuevo siglo, escupiendo a su vástago, ese que dominaría la vida de los seres humanos y los condenaría una nueva especie de esclavismo, el capitalismo.
Fue a través de Charlot un vagabundo que padece los golpes del nuevo sistema, como Charles Chaplin lanzó un grito de repudio a la modernidad. En Kid Auto Races at Venice (1914) Charlot hace su primera, aunque pequeña, aparición, marcando el debut del que sería una de los personajes más emblemáticos de toda la historia del cine.
La fama de este vagabundo aumentó rápidamente, tal vez era su increíble capacidad de gesticulación o la maleabilidad de su cuerpo lo que atraía al público… tal vez, sólo tal vez se identificaban con él.
A través de El chico, La quimera de oro, Luces de la ciudad, Tiempos modernos…conocemos las vicisitudes que el hombre de la época moderna tiene que superar ante la inminencia del sistema capitalista que llegó para venerar a las máquinas y exprimir a los seres humanos para que escupan dinero. A pesar de todo, la sonrisa y la fe ciega de Charlot fungen como paliativo y nos invita a ver los problemas desde otra perspectiva.
La crítica al fordismo es palpable en Tiempos modernos, en donde los obreros se encuentran sujetos a una banda, realizando un trabajo mecánico y monótono que llega a implantarse en sus vidas personales. También podemos ver la tiranía de un grupo de élite que ve a los hombres como una herramienta más de su sistema, diseñado para controlar las vidas de las personas.
Charlie Chaplin trató de sustituir la idea del dinero como motor de la vida, por una vida en donde el amor prevaleciera a pesar del sistema. El hombre rico es retratado como alguien avaro, ególatra y cruel, contrastando con la humildad, inocencia y bondad de nuestro vagabundo predilecto.
Chaplin dejó el mundo la navidad de 1977, pero sus obras perviven en un mundo que ha mutado a la posmodernidad. Las penurias que Charlot tenía que padecer, han cambiado de forma, pero se mantienen. Los seres humanos siguen siendo esclavos de una máquinas que se han apoderado de su vida, su cerebro, su tiempo. El dinero continúa siendo el boleto a una vida “digna”. Las élites gobiernan nuestras vidas.
En este nuevo siglo el ser humano no se ha liberado de las cadenas del capitalismo, éstas se han hechos más fuertes. Probablemente la solución a todos nuestros problemas sea tomar un bastón, lucir un sombrero de copa y reírnos de todo: de la vida, del dinero, del trabajo… de nosotros.
La importancia de Chaplin no radica en su comedia, ni en sus gestos, ni en las carcajadas que, aún hoy, nos arranca. No. La importancia de este actor, director, guionista, compositor (y un largo etcétera) reside en que logró, y aun logra, humanizar a un mundo en donde las máquinas y la tecnología superan en importancia al ser humano y en mostrarnos que una sonrisa, una carcajada pueden cambiarnos el panorama y dotar de luz a un mundo obscuro.