Setenta años han pasado desde que la obra original de George Orwell fuera publicada. En 1984, el escritor y también periodista británico, planteó una fuerte crítica a los regímenes totalitarios y opresores. Para entonces, su novela parecía distópica, hoy, su realidad nos ha rebasado. 

La manipulación de información, cortinas de humo, pantallas enajenantes, vigilancia masiva e incluso íntima son tan solo una pequeña parte de nuestro día a día; en este contexto mundial, la aclamada obra de Orwell parece no sólo pertinente, sino necesaria. La reflexión que hizo sobre la verdad y el control que tienen quienes escriben la historia sigue vigente.

Foto: Itzlol Reyes

Así, la idea de trasladar el texto a los escenarios parecía ambiciosa, la precisión para dosificar los detalles, la construcción tan compleja de los personajes y la virtud con la que la pluma del británico siembra claves que poco a poco logran conectar la historia generaron grandes expectativas para su adaptación al teatro, trabajo de Robert Icke y Duncan Macmillan.

Esta versión arranca en el año 2050 para después trasladarse a ese macabro 1984 y aunque son pocos -yo diría nulos- los signos de modernidad, la escenografía resulta dinámica y funcional para llevarnos por los distintos lugares que plantea la obra, desde una habitación alejada que hace posible el encuentro entre Winston Smith (Antón Araiza) y Julia (Vanesa Restrepo) hasta la temida Habitación 101.

Foto: Itzlol Reyes

Asimismo, se recrea casi con exactitud en la obra en los dos minutos de odio, el trabajo de “vaporización” y los anuncios del Gran Hermano. A ello se suma una idea de espionaje donde el espectador se convierte en ese ente omnipresente, sin embargo, entran en disputa el lenguaje teatral con el cinematográfico, sembrando dudas en la audiencia que pueden resultar distractoras.

Dirigida por José Manuel López Velarde, 1984 puede presumir de poderosas actuaciones, empezando por Constantino Morán, quien con su experiencia logra reencarnar a un excelente O’Brien, temible y fuerte. Por su parte, Antón Araiza hace un gran trabajo, nos hace sentir la confusión y desesperación de un hombre que está a punto  de perderlo todo, incluyendo sus ideales. En el papel de Parsons, Terence Strickman se mantiene en el punto exacto de ingenuidad. 

Foto: Itzlol Reyes

Para quienes conocemos la novela, la debilidad de la adaptación la encontramos en la omisión de detalles que torna inexplicables puntos de giro como el enamoramiento de los protagonistas tras un mensaje repentino y un encuentro que más que furtivo parece casual. Para quienes no lo han leído, el desarrollo es confuso, la trama parece floja. 

La labor para trasladar la sociedad orwelliana a los teatros es titánica y el Helénico es sede de un montaje difícil, acertado en algunos aspectos pero endeble en otros. Si no han leído 1984 hagánlo, vean la obra, comparen y díganos cuál es su veredicto.

Foto: Itzlol Reyes

La obra se presenta todos los viernes, sábados y domingos hasta el 8 de septiembre.

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