Lúcia Murat, directora brasileña y presa política durante la dictadura en su país, teje la producción híbrida (ficción documental), Ana, sin título, sobre el arte de las mujeres en las dictaduras latinoamericanas. Cuba, Chile, Argentina, México y Brasil fueron (son) algunos de los puntos de violencia extrema por parte del Estado en los años setenta, en los que varias mujeres artistas/activistas se comunicaban a través de cartas para dialogar sobre las violencias y sobre su forma de lucha y supervivencia: el arte.

Dentro de la correspondencia de las artistas se mencionaba constantemente a una mujer: Ana, cuyas descripciones y menciones coincidían en su libertad y talento, siempre desde un punto geográfico diferente pero con el mismo ímpetu de lucha desde distintas prácticas: performance, arte plástico, fotografía, cine… Ana, mujer afrodescendiente nacida en Brasil, representaba fuerza para todas, y  aunque su arte solo estuviese en rincones de la memoria o de los cuartos, su rostro apareció en una serie de fotografías en una exposición en la que Stela, una actriz brasileña, rectificó sus ganas para emprender la búsqueda de la historia de esa mujer fantasma.

Al principio de la película se citan unas palabras de Virginia Woolf sobre la ficción  y su capacidad de ser más cercana a la realidad que los hechos en sí, tal vez porque ésta recupera el sentir, ese pequeño detalle omitido en las historias oficiales. Por lo tanto, Ana sin título es una creación audiovisual libre de las ataduras de la ficción y documental, dedicada a entender la vida impregnada de tortura de esos años y el archivo jamás institucionalizado y por lo tanto invisible.

Construir realidades desde lo híbrido

Ana migró joven de su país a Cuba, donde conoció y trabajó con la pintora Antonia Eiriz, a la que censuraban constantemente, limitando sus exposiciones a un solo día o simplemente negándole la exhibición porque su trabajo no radicaba en enaltecer la reciente revolución cubana. Después de Cuba, Ana siguió su ruta a Buenos Aires dónde conoció y trabajó con la directora feminista Maria Luisa Bemberg, después voló a México poco después de la masacre de Tlatelolco y fue alumna de Kati Horna en la UNAM, finalmente voló a Chile, meses antes del golpe de estado.

La vida de Ana estuvo atravesada por múltiples violencias, iniciando con la palabra “negra” que sería un motivo de reivindicación en su performance y en su militancia. 

La búsqueda de Ana se realizó con el mapa que significaron las cartas que la nombraron y después su historia se tejió y resignificó con las múltiples voces de aquellxs con los que luchó y creó arte. Voces que construyen la tradición oral que mantiene viva la memoria.

Stela y Lucía Murat desarrollan la película en los puntos previamente mencionados y mostrando a cuadro a varias(os) miembros del crew para intervenir con sus sentires y cómo ha atravesado intergeneracionalmente la dictadura en sus vivencias, asimismo se combinan tomas desde distintas perspectivas para vincular la presencia de lxs realizadores y su trabajo de campo.

La película resulta también un archivo disidente, pues acá se nombra y se conocen los rostros e historias de mujeres artistas que multiplicaban el 7 de las “bellas artes” a innumerables prácticas artísticas de lucha en la clandestinidad. 

Archivos en donde las mujeres en el arte sí existen

La ausencia de mujeres en los distintos cánones artísticos resulta una constante y no es casualidad que siempre hayan sido relegadas a lo íntimo o a los márgenes, por lo tanto, es necesario nombrar algunos de los trabajos que reúnen las voces y la historia de las artistas que siempre estuvieron ahí. 

Sandra Ivette González Ruiz en su investigación, Escribir en dictadura, poetas feministas chilenas. Hacia una genealogía., escribe: “Poetas,  militantes,  presas políticas,  pobladoras  organizadas,  feministas;  escribir  poesía  durante las dictaduras fue una estrategia política para recuperar el cuerpo y la palabra…”  El trabajo de Sandra para bordar y recuperar la memoria resuena también en las mujeres que crearon todo tipo de arte en esas décadas, reivindicando al cuerpo como habla y testimonio.

Otra pieza fundamental es el documental que nombra la existencia del arte feminista del siglo pasado en EU: ¡Women art revolution de Lynn Hershman Leeson, que indaga sobre prácticas que estuvieron al margen del “arte válido” o de museo, y las formas para gestionar lugares de trabajo y difusión. En el documental aparece Ana Mendieta, una exiliada cubana que se caracterizaba por crear performances utilizando su cuerpo para visibilizar varios tipos de violencias que atraviesan a las mujeres. 

Ahora podemos nombrar a las dos Anas, aquellas que pusieron el cuerpo para intervenir la realidad con sus performances.

Ana sin título es una mezcla de vidas y formas de existir en el arte desde el punto común de ser mujeres y lo que eso representó en los años militarizados de América Latina. El personaje ficcionalizado de Ana representa a más Anas que fueron víctimas de la guerra contra las mujeres, esa que jamás se acaba, esa que solo se agudiza o se agrava.

Gracias Lucía y Stela, por el recorrido, los nombres y los rostros de las hermanas que crearon desde la disidencia.

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