Cachorro de León
Existen muchas diferencias entre el teatro y el cine, pero la más evidente de todas es aquella cercanía y libertad de las que te dota el teatro y el anquilosamiento en que te envuelve el cine. El muro que implica una pantalla, del tamaño que sea, parece marcar una distancia abismal entre el espectador y el actor, distancia que de reduce a cenizas en el teatro. Podría parecer que la pandemia que azota al mundo logró despojar al teatro de ese don de la cercanía y le impuso esa fría barrera inherente al cine, pero obras como Cachorro de León (casi todo sobre mi padre) demuestran que la esencia del teatro se mantiene incluso detrás de una pantalla.
Conchi León se acerca al público a través de la narración de una infancia dura, traumática, fuerte, oscura, agridulce… y, en ocasiones, feliz; una infancia intrigante, su infancia. En este monólogo el público escucha a la Conchi actual, con sus miedos y arrepentimientos, pero escucha a la Conchi de cuatro años que veía a un padre capaz de cometer la mayor atrocidad del mundo, pero que también la hacía reír.
La narración tiene como protagonista al padre de Conchi, por quien ella es León (literalmente), un hombre “macho” golpeador, ebrio, trabajador y fan de Pedro Infante. Los recuerdos de la actriz teatral se apoyan de fotos y múltiples objetos que una sobria cámara en blanco y negro muestra. Los contrastes que este blanco y negro muestran en la piel de Conchi y la súbita obscuridad en la que se ve inmersa la pantalla, son sinónimos de un pasado que la forjó y le permitió ser la mujer que es hoy.
Los labios de Conchi reconstruyen lugares, épocas, sabores, dolores y resentimientos. El patetismo que le imprime a su rostro no es obra de la actuación, es la reencarnación de recuerdos evocados por la palabra que se materializan en la pantalla y obligan al público a vivirlos con la protagonista como si sucedieran por primera vez. Es ahí donde la cercanía con el público no se ve minada por la pantalla de cristal que funge las veces de escenario, es ahí donde Conchi demuestra que el teatro conserva su esencia y un lenguaje que le es propio.
A pesar de ser una historia íntima, personal, Cachorro de León… logra que, a través de su protagonista, el espectador hurgue en su propia infancia y broten recuerdos dulces y dolorosos, los sentimientos se unifican, las historias se comparten. Los personajes que presenta la obra, y que sirven como excelentes subtramas, guardan unas fascinantes historias y fácilmente podrían pasar por personajes ficticios diseñados por un docto dramaturgo, por lo que resulta sorprendente que la vida los haya diseñado y Cochi sea ese puente entre la ficción y la realidad.