El 27 de noviembre del 2020 Drácula, ese temible, despreciable y a la vez culto y fascinante monstruo, se despidió del Teatro Ernesto Gómez Cruz y regresó a su tierra para planear su próxima afrenta contra la humanidad. En un recinto engullido por una profunda oscuridad y ornamentado con frías y filosas notas musicales, el vampiro por antonomasia se dio cita para reclamar su derecho a gobernar a ese ser inferior que denominan “humano”.

En esta obra la emblemática pluma de Bram Stoker es sustituida por cuerpos que se mueven al ritmo de una estridente melodía aderezada por la intermitencia de luces frías y cálidas que construyen un ambiente en el que se respira el miedo y la desesperanza. Son los cuerpos de Jonathan Harker, Mina, Lucy, Drácula y sus vampiresas los que entablan el diálogo; el arco de sus maleables espaldas, sus torneados brazos y sus potentes piernas logran traducir el dolor, la desesperación y el hambre que une a los personajes en escena.

El teatro se transforma en una Inglaterra, cuyo cielo ha sido sustituido por una perenne penumbra, para ser testigo de una orgía de cuerpos danzantes que luchan contra un Drácula que adquiere fuerza conforme la trama avanza. Fiel a la dualidad de este hombre-demonio, la obra hace uso de enormes sombras que se proyectan en las paredes del recinto y potencian las emociones que se viven en un escenario dominado por bailes cargados de erotismo y un fuerte peso psicológico.

Este excelente juego de sombras permite hacer explícita la guerra que se está llevando a cabo entre demonios y humanos, infierno y cielo, día y noche, opresores y oprimidos, cuerpo y alma. El estado anímico de los personajes se proyecta a través de sus movimientos corporales, el juego de luces y los sonidos incidentales que ahogan los pocos diálogos que no logran competir con la hipnotizante ejecución de las coreografías que marcan el ritmo y el contexto de la obra.

Más allá de ser un retrato fiel del Drácula de Stoker, esta obra introduce al público a un mundo dominado por la obscuridad, que es custodiada por el hambre de sexo, sangre y vida, para escupirlo a una realidad que no es ajena al mundo gobernado por Drácula. El ambiente construido por la música, oscuridad, sombras y sonidos se convierte en el protagonista que mantiene sujeto al espectador que no puede evitar hipnotizarse por unas coreografías difíciles de interpretar en el plano común, pero que están cargadas de expresiones y palabras silenciadas.