El problema de Cindy la Regia
A lo largo de la historia, el cine mexicano ha pasado por varias transiciones de género, temas y estrellas dominantes. En los últimos años, la migración de talento y la sobreexplotación de la comedia romántica han generado un estigma que divide al cine nacional en dos grandes corrientes: la “basura comercial” y el “mal apreciado trabajo independiente”. Pero si algo ha quedado claro, desde las épocas de Díaz, es que en nuestro país hay confianza suficiente para seguir apostando a la producción cinematográfica.
Si bien es cierto que la tendencia y las fórmulas ya desgastadas de la comedia mexicana dotan de razón a algunos argumentos sobre la vacuidad de nuestra oferta; también debe reconocerse la poca disposición que, muchas veces, mostramos por vencer nuestros propios prejuicios, mismos contra los que este fin de semana tendrá que luchar la más reciente producción de Draco Films, Cindy la Regia.
La cinta narra la historia de una regia que llega a la CDMX en búsqueda de una salida que le permita encontrarse a sí misma. Ahí, Cindy (Cassandra Sánchez Navarro) irrumpirá la vida de su prima Angie (Regina Blandón), se reencontrará con su abuela Mercedes (Isela Vega) y desarrollará su autoconfianza. Cimentada en la comedia, la película ya ha generado polémica entre detractores del género y formato, contra quienes han gustado de su propuesta.
Sí, Catalina Aguilar Mastretta y Santiago Limón recurrieron al humor aunque de distinta manera que lo hizo Ricardo Cucamonga, pero igual logran recrear un concepto de empoderamiento femenino mucho más cercano a la realidad, lleno de matices; expanden la gama de posibilidades para la definición de mujer exitosa. En este abanico que se abre, la felicidad tiene cabida y la encuentra lejos del sacrificio o la flagelación femenina.
En la historia, encontramos a la regia de familia adinerada; pero no por ello vemos a una mujer vacía, envidiosa o perversa por naturaleza. Al contrario, Cindy, pese a vivir en una burbuja a punto de explotar, es noble, no se espanta frente al trabajo; de hecho, su confrontación con el ambiente laboral se siente natural y lógica, sin resistencia ni ideas de superioridad, como en su momento le pasó a Barbie Noble (Nosotros los Nobles, 2013).
Alrededor de la protagonista, convergen más mujeres, siendo ellas quienes predominan en su día a día. Aunque resultan ser completamente opuestas, cada una ha encontrado su camino, el cual, por supuesto, no estuvo -ni está o estará- exento de obstáculos. Es entonces, cuando entendemos que a Cindy la Regia se le puede absolver de cualquier pecado -si es que lo tiene- pues retrata, a través de distintos personajes, la búsqueda de la libertad, del amor, de la independencia, e incluso Martha Debayle, figura como representante de aquellas que buscan el éxito profesional o en los negocios.
Los clichés se derrumban al presentar una historia con cara de cuento de hadas, donde se juega con sus elementos, pero finalmente entrega un nuevo prototipo de princesa, uno donde no hay reglas sobre cómo vestir, donde no necesariamente está en búsqueda de un príncipe azul, y si es que llega, se le dota del derecho a rechazarlo. En Cindy la Regia las princesas pueden trabajar en lo que ellas quieran, ellas son las que pueden ayudar a los demás, no sólo esperan ser ayudadas.
Y sí, probablemente no se erige como una película de denuncia, ni busca fijar su mensaje con imágenes o discursos transgresores; posiblemente tampoco imaginó que la controversia en su recepción podría beneficiar su causa. En cambio, usó un formato conocido por las masas para garantizar taquilla, con la amabilidad de su comedia se abrirá paso en un público más amplio e incluso, con su sutileza, potencializará la recepción de su mensaje.
El problema de Cindy la Regia no es su género, son los prejuicios contra los que deberá luchar para que se le reconozca -porque lo amerita- como algo más que una “típica comedia mexicana”. ¿Acaso Luis Estrada con su cine directo y sin rodeos ha logrado cambiar aquello que critica de nuestra sociedad? Aún con los golpes bajos que le ha dado a sus espectadores, poco hemos aprendido de ciudadanía o política. Quizá, sea momento de probar nuevas maneras de usar el arte en nuestro favor aunque sea en forma de película taquillera. Dejemos que brille la regia, para que el ganador sea el público.