“La ley de Creonte” era una puesta en escena planeada para estrenarse el 19 de septiembre de 1985. Ese día, un temblor paralizó a toda la zona metropolitana. El telón del Teatro Milán no se levantó y Elena no pudo dar función; ella sigue dentro del edificio esperando a que el público conozca su historia, escuche su voz y aplauda su interpretación. 

No hay tercera llamada. Al ingresar a la sala de ensayos, la línea que separa la realidad de la ficción es casi imperceptible. Mariana Garza nos presenta el conflicto: un maniquí que reaparece en el escenario después de varios intentos de deshacerse de él. Las espectadoras y los espectadores dejamos de ser oyentes para ser testigos de la búsqueda de una respuesta a las anomalías en el recinto. 

El público, que consta únicamente de diez personas por función, es guiado por el investigador Leandro (Hector Berzunza), contratado por Pablo Perroni para darle fin a las especulaciones de la existencia de un espíritu en el Teatro. Todos suben las escaleras para encontrarse con María Perroni Garza, quien encuentra varias pistas que la llevan a la conclusión de que, es el espíritu de Elena quien permanece en el edificio preparándose para su estreno. 

Mientras Leandro y María continúan por su lado con la investigación; Pablo indica el camino al siguiente espacio donde, junto a una médium (Anahí Allué), brindan una pieza clave para entender más a fondo la situación de Elena en la obra del 85. Para este momento, es la primera vez en el recorrido en la que la cuarta pared está definida por los cambios de luces que nos trasladan a otro tiempo, al ensayo general antes del temblor. 

Cuatro pisos más abajo, los escalones de concreto se van iluminando de un azul frío, un camino que aparenta estar completamente solo y con un sonido de fondo que genera suspenso; en el sótano nos recibe el actor protagonista de La ley de Creonte, (Salvador Petrola), lleno de vanidad, ira y recelo. No hay escenario, la narración de la crisis del protagonista para ser recordado eternamente ocurre con una interacción visual con el público.

El camino a seguir es más estrecho, las escaleras son de madera y enfrente está un escenario, arriba Elena (Gloria Toba) y Mauricio (Juan Cabello) y posteriormente un maniquí como utilería. Presenciar la conversación entre ellos dos es la última pieza que faltaba para completar la historia de Elena en ese montaje, entender su dolor y sus ganas de pararse bajo los reflectores.

Con un vestido brillante, una apariencia impecable y una voz de añoranza, Elena canta por fin bajo el calor de los reflectores cuando es interrumpida por voces distorsionadas que comunicaron el inicio de un temblor. Ella termina la canción para recibir los aplausos del público de hoy; así es como la historia puede ser contada, con la presencia del otro que busca escucharla. 

De esta manera el Teatro Milán y Foro Lucerna reabre sus puertas con una obra de duración 1 hora y 10 minutos denominada inmersiva, que brinda una experiencia pensada en el distanciamiento social entre espectadoras y espectadores, actores, actrices y el personal que se encarga de mantener cada zona desinfectada para el nuevo ingreso de un grupo de diez personas cada 10 minutos. 

El flujo de personas al entrar está delimitado por números en el piso y un color asignado que mantienen la distancia de unos con otros. De jueves a domingo a partir de las 19:00hrs dan inicio las funciones cada diez minutos. Puedes adquirir tus boletos en ticketmaster o en taquilla ubicada en Teatro Milán, Lucerna 64, Colonia Juárez y revisar la disponibilidad en su sitio oficial teatromilan.com 

  • Dramaturgia: Joserra Zúñiga. 
  • Dirección: Miguel Septién. 
  • Elenco: Mariana Garza, María Perroni Garza, Aitza Terán, Gloria Toba, Anahí Allúe, Pablo Perroni, Salvador Petrola, Héctor Berzunza, Ignacio Riva Palacio y Juan Cabello.