Hace veinte años, o quizá más, ví en la televisión imágenes que me impactaron como pocas cosas lo han hecho. La historia era de un payaso que comía niños. En ese entonces, el famoso Pennywise me quitó horas de sueño con el temor que me generó. Me aterraba la idea de mirar hacia las coladeras, no era descabellado pensar que cualquier cosa podría salir de ahí; quién sabe qué habrá, detrás de la reja metálica sólo se ve oscuridad…

La mini serie que solía pasar los sábados en un ciclo televisivo llamado Cine Permanencia Voluntaria generó en mí una extraña aberración hacia los payasos. Inexplicablemente, la sensación de no poder confiar en alguien que se esconde detrás de una gruesa capa de maquillaje blanco y una sonrisa falsa, permanece hasta el día de hoy. Aunque disfruto de la psicología de Stephen King, siempre le he dado la vuelta a la historia de Eso.

Detrás de las sábanas se esconde el payaso bailarín.

El miércoles pasado, veintisiete años después, llega a México el sonado remake de una de las novelas más terroríficas de King. Con una función de medianoche, llegó It a las salas comerciales de nuestro país. En un arranque de locura me dejé convencer no sólo para ver la cinta, sino para hacerlo en su esperado estreno. Fue así como la versión de Andrés Muschietti me volvió a quitar el sueño.

En esta ocasión, la única pesadilla fue saber que me quedaban un par de horas de sueño antes de que sonara el despertador. No hubo pensamientos descabellados, ni ganas de encoger mis pies hasta el pecho por el temor de que algo saliera debajo de mi asiento y rozara mis pies. Tampoco sentí adrenalina correr por mis venas, mucho menos ganas de gritar o suplicas por compañía que calmara el miedo.

El club de los perdedores.

Si bien no hay cambios drásticos en la historia, el entendimiento de una audiencia millennial devoradora de imágenes explícitas les hizo tomar la decisión de cambiar el terror psicológico por zombies, la tensión rítmica por un sonido aparatoso y, por momentos, abrumador. Las escenas frías, que nos adentraban en la soledad de los personajes fue sustituida por extrañas combinaciones que dejan sentimientos encontrados.

Ejemplo de ello, es la famosa escena del lavabo, en la mini serie un globo lleno de sangre sale por el orificio y explota. En la versión 2017, se pinta de rojo todo el baño en una secuencia que inicia con una maraña de cabellos que nos recuerda a The Ring con un fluido que corre en escalas menores, al mero estilo de Stanley Kubrick en The Shinning. El resultado es agridulce, una buena estética en una situación exagerada.

Terror en los noventa.

La cinta se debate en ese ir y venir de sensaciones, una bonita historia de amistad entre un grupo de niños “perdedores” en medio de una película que más que terror produce susto; ese que también te puede producir la mala broma del “bu” mientras caminas distraído. Uno que otro chiste ad hoc para acompañar las hazañas de unos pubertos, pero también momento que terminan en risas involuntarias, rompiendo cualquier tensión lograda.

Para el género de terror, la nueva película se queda corta. Incluso una versión más sofisticada y sobria del payaso nos cambia la perspectiva. El antiguo payaso colorido, con cabello rojo encendido podía ser cualquiera, incluso aquel que nuestros padres contratarían para amenizar una fiesta de cumpleaños; el de ahora conserva aires siniestros pero definitivamente se queda como un simple personaje de pantalla.

No hay dentaduras podridas y humanas, hay bocas que parecen de piraña; los ojos que parecían ensangrentados ahora parecen los de un gato en la oscuridad, que además deja -al menos en mí-  la impresión de un ser con estrabismo. La lista puede continuar, pero es posible que el verdadero problema radique en mi generación, pues crecimos con películas donde los fantasmas se llamaban Beetlejuice o eran una sombra del amor.

Ven aquí Georgie.

Los entes que realmente nos generaban pesadillas eran representaciones de nuestra propia infancia, Pennywise o Chucky, nos hacían creer que el terror era tangible, se encontraba en nuestra cotidianidad, ahí en las calles o debajo de nuestras camas. El éxito de estas fórmulas nuevas -que paradójicamente se basan en lo viejo, en lo oldie- radica en una generación nostálgica de su época y nuevos jóvenes que compraron la moda de lo vintage.

En términos de taquilla la fórmula funcionó, salas llenas le quitaron el sueño a muchos treintañeros, varios veinteañeros y uno que otro puberto. Yo me quedo con la ambivalencia de lamentar haber dejado que la curiosidad -o el orgullo de no aceptar mis miedos- me hayan hecho perder mis valiosas horas de descanso, pero también agradezco que la ausencia de lo espeluznante me permitiera llegar tranquila a casa.

27 años después…

  • It (Eso)
  • Estados Unidos, 2017
  • Director: Andrés Muschietti
  • Guión: Chase Palmer, Cary Fukunaga, Gary Dauberman (Novela: Stephen King)
  • Con: Bill Skarsgård, Jaeden Lieberher, Sophia Lillis, Finn Wolfhard, Wyatt Oleff
  • Duración: 135 min.