Hitchhiker de Neil Young
Hay un padrino que no lleva por apellido Corleone, su fama llegó de oído, fuera de la pantalla grande. Con su inconfundible voz de tenor-alto y acompañado de su guitarra y una armónica, Neil Young se posicionó como el padrino del grunge. Sí, ese género que nos regaló bandas como Nirvana, Pearl Jam o Soundgarden.
A casi cincuenta años de su primer lanzamiento en solitario, el autor de ‘Heart of Gold’ lanzó Hitchhiker, un álbum que ve por primera vez los estantes (incluyendo los virtuales), aunque ocho de sus diez temas los conocimos en discos como Rust Never Sleeps, Le Noise, Decade, American Stars ‘n Bars o Comes a Time.
Hitchhiker nació en Malibú, California durante una noche bohemia de agosto de 1976, que más que una sesión de trabajo parecía un ensayo o quizá un escape. En aquella velada se grabaron, prácticamente en una toma, los diez temas. En el estudio, Young disfrutaba de la música con sus dos instrumentos predilectos, un poco de cerveza y marihuana en mano.
Al ver el resultado, Neil Young decidió guardar esa noche en sus recuerdos ya que estaba inconforme con el sonido final de su voz. El músico canadiense dejó la grabación como un mero ejercicio personal pero no se olvidó de sus composiciones y poco a poco las retomó para incluirlas en nuevos trabajos.
Este lanzamiento resulta grato para sus seguidores pues cuando el fundador de Buffalo Springfield deja atrás los sonidos eléctricos para dar paso a los sonidos del folk y del country, nos da piezas de extrema crueldad disfrazadas con tonos de melancolía, pero siempre con la capacidad de acariciar nuestras más profundas emociones.
Quizá a sus 31 años, cuando grabó Hitchhiker, Young le hablaba a sus contemporáneos, a todos esos hombres que de cierta manera tienen una desilusión ante su realidad. Como si de pronto la esperanza en el mundo se hubiera perdido. Ese mundo libre para rockear se transforma en una historia de Marlon Brando, Pocahontas y Neil Young sentado alrededor de una fogata o en una narración de un tal Captain Kennedy.
El disco es poco más de treinta minutos en acústico, un ensamble de piezas a un mismo estilo. El equilibrio se encuentra en su cadencia a veces más pausada, por momentos más ágiles pero todos evocan al country rock del Neil Young nostálgico. ‘Give Me Strength’ es una prueba de ello y canta: “Give me strength to move along”.
Probablemente, con esa súplica por fuerzas para continuar es la síntesis del resto del disco, ése que le canta al desamor, que incluye metáforas de drogadicción o depresión, que sueña con un mundo menos decadente y así encuentra que la esperanza puede quebrarse pero nunca se rompe porque la vida es de altibajos.
Hitchhiker es el disco que se aprovecha en los días lluvioso, sentados junto a la ventana con los pensamientos y las emociones centradas en su música, en sus letras. Es el pretexto perfecto para suspirar, para permitirnos sentir tristeza por un momento, sin reprimir nada; y al final apagar las luces, tomar la frazada más cómoda, cerrar los ojos y volver a suspirar sabiendo que mañana será un nuevo comenzar.