En un contexto dentro del cual el debate acerca de la inclusión de las mujeres en roles protagónicos que se alejen de los vicios, que ya acusaba Laura Mulvey en la década de los setenta, está ganando terreno y en dónde la crítica hacia la “inclusión forzada” de personajes femeninos que se adueñan de iconos masculinos se encrudece, es sumamente pertinente la exhibición de películas como Juana de Arco de Bruno Dumont. En esta secuela de Jeannette, la infancia de Juana de Arco, el director francés se aleja de los campos de batalla para adentrarse en una guerra verbal entre la voz de una mujer y el peso de las instituciones sociales que buscan callarla.

En esta película se muestra el largo proceso judicial que sufrió Juana de Arco a manos de un tribunal eclesiástico, luego de haber sido capturada por unos aristócratas franceses afines a los ingleses y entregada a éstos. Durante todo el juicio se muestra a una institución que busca demostrar que Juana es una hereje que usa a Dios para sus propios fines, en contra de una preadolescente segura de su misión divina y dispuesta a defender sus ideales, pero que al mismo tiempo no puede huir de los temores inherentes a su edad.

Lo que más destaca del filme es el excelente manejo de los diálogos. Los personajes eligen cuidadosamente sus palabras para utilizarlas como armas de ataque y defensa en una guerra que se libra en un soberbio Palacio de justicia de Ruan, que es testigo de uno de los procesos más infames de los que se tenga registro en la historia. Vemos a una Juana de Arco, interpretada por Lise Leplat Prudhomme, fuerte y arrogante que busca ocultar el temor que conlleva cargar el peso de una Francia invadida, a través de su firme voz que no se quiebra frente a sus interrogadores.

El filme se representa a modo de pieza teatral en donde los diálogos cargan todo el peso de la acción y las actuaciones se muestran anquilosadas. Los largos planos que se muestran fungen más para enmarcar una especie de escenografía teatral en la que los personajes entran y salen con el único fin de recitar unos diálogos que únicamente adquieren su fuerza y esplendor en la segunda parte de la película.

Juana de Arco tiene un inicio lento por la obstinación que el director y guionista tiene de contextualizar la trama. La primera hora de la película se enfoca en narrar los sucesos previos a la captura y juicio de Juana, por medio de diálogos y canciones que fungen como subconsciente de la película, pero que aletargan al espectador y alargan innecesariamente el filme.

La falta de agilidad de la primera mitad de Juana de Arco se rompe cuando inicia el juicio, parte medular del filme, en donde los diálogos son trabajados con excelencia y la fotografía cumple un fin: mostrar a una Juana empequeñecida ante una institución eclesiástica severa que busca callarla y desprestigiarla.

En Juana de Arco el personaje femenino se apropia de la pantalla y, lejos de ignorar los problemas a los que se enfrenta por el hecho de ser mujer, afronta los obstáculos que se le interponen a su libertad con osadía, coraje y altivez.