Contar historias no es tarea fácil, eso es verdad. Son pocas las personas que con la labia correcta logran entretener a sus interlocutores por más de diez minutos. Cuando se es parte de la audiencia mofarse o criticar el relato es pan comido. Pocas veces logramos el punto medio de la interacción: comprender al otro.

 

En el cine, el teatro y la literatura encontramos obras llenas de soberbia que justifican sus carencias en el estilo, en lo surreal e incluso en aquello que llaman conceptual. Otras veces nos topamos con textos que en su obviedad atentan contra la inteligencia del público; pero, como se dice coloquialmente, siempre habrá un roto para un descosido. Hay pseudo intelectuales que alabarán aquello que ni ellos mismos entienden y críticos que desacreditan todo lo que no llena “sus requisitos”.

 

Se nos olvida que el arte del relato no se alimenta de ninguna luz de inspiración, sino que éste radica en el talento para reconocer que hasta en lo más trivial hay algo que narrar. Carlos Talancón ha comprendido esto y tras su éxito con La Cría, se aventuró con un proyecto que deja atrás la ficción para contarnos lo cotidiano en La fútil tragedia del café- internet (que no tenía café y no tenía internet). Una pareja será responsable de recordarnos lo absurdas que pueden ser las relaciones de pareja.

Gabriela Orsen y Mario Alberto Monroy son los responsables de dar vida a un matrimonio cuya historia se desata a partir de lo que parece una absurda discusión. En la intimidad del foro esta obra se desarrolla a ritmo ágil; entra de lleno al meollo del asunto y nos sumerge en una especie de odio-amor con los protagonistas. Por momentos reímos pues sabemos que los argumentos durante la pelea son insensatos, pero no dejamos de reconocer que hay cierto apego a la realidad.

 

Todos, en al menos alguna ocasión, hemos visto en nuestras parejas un saco de boxeo. Sin darnos cuenta desquitamos un mal día en esa persona quien, aparentemente, estará siempre ahí, sin importar nada. La fútil tragedia del café- internet nos abre los ojos ante una tragedia mayor: la de la vida. El día a día de sus protagonistas son un espejo de los errores en pareja, de las inseguridades y frustraciones que se apoderan de nosotros para encontrar un chivo expiatorio, sin importar el precio.

 

Un café internet que no vende café y no tiene internet, deja de ser relevante cuando descubrimos que cualquier final es temporal. Cuando no se tiene la madurez para amar resulta irremediable encontrar que las diferencias parecen pesar cada vez más y que lo que una vez era emoción se convierte en aburrición. Las pequeñas obsesiones se podrán ir con cada reconciliación, pero siempre habrá un pretexto fútil que será el inicio de una nueva batalla.

¿Qué tan fútil o trágica es nuestra propia historia? Descúbrelo los miércoles a las 21:00 en el Hostal Regina en la Ciudad de México.