Cuando México aprendió a lucrar con su dolor, el narcotráfico se convirtió en un tema recurrente de series melodramáticas, películas amarillistas y telenovelas baratas. De repente, cuando el arte se encuentra con la responsabilidad, aparecen obras que acompañan la tragedia con empatía, preocupación y furia.

La Libertad del Diablo, documental del mexicano Everardo González, mira a la cara a todos los actores del infierno. Víctimas, militares y sicarios son enfrentados a la cámara con una luz tenue y una máscara que sólo deja ver sus ojos enardecidos de rabia, mojados de dolor o entreabiertos de culpa.

Los testimonios, uno a uno, retratan el verdadero drama del narcotráfico, sin filtros, sin villanos ni héroes, con la insoportable aridez de la muerte. Al documentalista poco o nada le interesa el escándalo, su mirada está dirigida a otra parte, se enfoca en observar atentamente a sus pobres criaturas, rotas por la pena y resignadas -aquí lo más triste- a vivir en una tierra donde la vida vale unos cuantos pesos.

Junto con la apabullante honestidad, González utiliza un diseño de sonido estupendo para denotar sentimientos. Cada paso de saliva, cada tos y cada palabra cortada por el llanto, crujen en los oídos como tormenta eléctrica.

Como en las mejores narraciones, La Libertad del Diablo construye su historia a fuego lento, el in crescendo dramático es admirable, su red de personajes -todos unidos por una inmensa desesperación-, se desarrollan como en los mejores guiones del cine clásico.

En un pasaje del documental, un sicario revela qué se siente asesinar a un niño. Por un momento siento que el cuerpo se encoge, que la boca se seca y que las manos sudan, supongo que este es el sentimiento que se debe tener ante la violencia. “Los niños no ruegan por su vida, son niños, no saben lo que pasa”.

Cuando vean un episodio del Señor de los Cielos, de La Reina del Sur o del Cartel de los Sapos; no olviden que las balas sí hieren, que las madres pierden hijos, que los hijos pierden padres, que los niños dejan de ser niños para convertirse en víctimas o verdugos.

No olviden nunca que viven en México, el país donde el diablo es libre.

 

No olviden dejar sus comentarios y seguirnos en nuestras redes sociales.