La Virgen de Agosto
Muchas veces, a lo largo de nuestra vida, hemos tenido crisis de todo tipo, crisis que con el tiempo se hacen peores. Son como la gripe. Y no hay peor cosa que una gripe existencial.
Precisamente de eso trata La Virgen de Agosto, el último largometraje del director español Jonás Trueba. La cinta se sitúa en Madrid, pero no es el típico Madrid que impacte a la vista por su bella arquitectura o sus paisajes urbanos, al contrario, la ciudad es un mero pretexto para contar la historia, de hecho, la ciudad podría ser cualquiera, no es lo más importante. La ciudad pasa a segundo plano en el momento en el que conocemos a Eva.
Eva es una chica de 33 años, que vive en una casa prestada en el centro de la ciudad española y, desde el primer momento en el que aparece en pantalla, notamos que algo no está bien, ya sea en su manera de vestir, de comportarse, incluso en la escenografía misma de la película: la chica está huyendo de algo.
Y esto se debe al guión escrito por Itsaso Arana (quien interpreta a Eva) y por el director de la película. Se nota claramente que el papel fue diseñado para ella, le queda como anillo al dedo.
Llena de metáforas sobre la idealización, la transformación, la liberación, entre otras, la película tiene un ritmo lento y contemplativo. Aunque está llena de diálogos, parece no ir a ningún lado. El film parece no tener una historia, al menos no una descifrable, es más bien catártica.
La cinta habla de la soledad, la soledad en una de las ciudades más concurridas del mundo, la soledad en un lugar donde todas las personas hablan tu misma lengua; la soledad de tener a todos, pero no tener a nadie.
Una bella postal veraniega, sobre la necesidad de encontrarse a uno mismo. La Virgen de Agosto es una cinta para los amantes del mundo tranquilo y para aquellas personas que estén buscando un camino para seguir, ya sea porque se sienten perdidos, o han perdido la fe en sí mismos, y que a veces sólo queda fluir, enfocarse y reconocerse, porque la liberación no es un momento preciso, más bien, un proceso que se debe disfrutar.