Las fronteras ideológicas

Una cerveza se consume lentamente en los labios de Wesley, un nativo americano cuya mirada se pierde en un vasto horizonte. Su cuerpo se queda estático, sus manos apenas se mueven sutilmente de la cadera a los labios. La cerveza se diluye a la par de la vida de Wesley. Este primer plano se mantiene durante varios minutos, en los que la cámara apenas se mueve, anunciando así el estatismo que tiene la vida en Wolf Pirairie, una reserva india de Estados Unidos en la que el alcohol y la ideología norteamericana están vedados.

Cortesía PIANO

En una época en que las relaciones entre Irán y Estados Unidos viven momentos tensos, el director iraní Babak Jalali presenta Land, una película con matices documentales, que realiza un estudio sobre el choque ideológico que existe entre los indígenas norteamericanos y los ciudadanos propiamente estadounidenses. En esta cinta el director prescinde de movimientos de cámara vertiginosos y de un guion plagado de puntos de giro, para enfocarse en una historia contemplativa hecha a base de cuadros estáticos y pocos diálogos, que marca las diferencias existentes entre dos sociedades que habitan el mismo país.

Y es que, para representar este golpe ideológico, la película se sirve de los Denetclaw, una familia nativo americana que a pesar de vivir en una reserva, no puede evitar el contacto con los estadounidenses, es más, participa en su sociedad. Uno de los hijos de la familia, activo miembro del ejército fallece en Afganistán, su familia tendrá que esperar semanas para que su cuerpo regrese a tierra india y pueda ser sepultado. Por otro lado, se muestra a Wesley, un hombre adulto cuyo alcoholismo lo confina a estar apostado en la pared de una licorería en la frontera de la que una mujer estadounidense es dueña. Finalmente, se narra la historia de Raymond, el hijo mayor de la familia, un alcohólico rehabilitado que ante la muerte de su hermano, tendrá que lidiar con la milicia americana para conseguir una indemnización justa.

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Como se puede apreciar, aunque la reserva cuente con una frontera marcada por un cartel, las relaciones entre nativos americanos y estadounidenses está condenada a existir a pesar de sus marcadas diferencias. El alcohol funge como punto de encuentro entre estos contrarios, la tienda de licor es la zona neutral que propicia el contacto entre ellos. Aún así,  sus relaciones se limitan a transacciones económicas y la barrera ideológica es representada a través del mostrador que divide a la vendedora y al alcohólico, una barrera que cuando es violada por Wesley saca a relucir la antipatía existente entre indígenas y americanos.

Esta película tiene un ritmo lento que se basa en planos estáticos en los que se denota el nulo movimiento y la imposibilidad de avance que tienen los habitantes de la reserva, que ante su deseo de conservar sus costumbres, se ven confinados en una tierra delimitada a la que llaman hogar. Los estadounidenses solo van a la reserva “de paso”, no tienen intención de conocer la cultura ahí existente ni de entablar relación alguna con los nativos, literalmente atraviesan esa tierra para continuar viviendo en su burbuja ideológica.

El sonido diegético inunda la narración, la naturaleza se hace patente, Babak Jalali logra captar el sonido del estancamiento, del estatismo y de la indiferencia, por lo que el uso de música y sonidos producidos es casi nulo. Al existir pocos diálogos en la trama, los cuadros se nutren del ruido que generan los propios habitantes de la reserva, lo que permite imbuirse de ese mundo ajeno a la cultura occidental.

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Existen tres figuras que dominan la narrativa y marcan el eje de la película; en primer término, el alcohol, como símbolo de encuentro entre dos culturas ajenas que tienen que relacionarse por interés más que por conveniencia. El alcohol marca perfectamente la diferencia latente, por un lado el indio que mama el alcohol del seno de una cultura dominante como la norteamericana que se aprovecha de aquel indígena vicioso cuya utilidad es el dinero que posee en los bolsillos.

La segunda figura importante es la madre como base cultural, la mujer que toma las riendas de su familia, la que decide, la que provee, en cuya figura recae el peso de toda una cultura. Por un lado, tenemos a la madre Denetclaw, una mujer que todos los días lleva a Wesley a la licorería, le obsequia dinero y un emparedado como si este hombre maduro se dirigiera a su primer día de clase. La mujer se niega a enviar a su hijo aun instituto para tratar su alcoholismo, confía en que “se le pasará”, su decisión jamás es apelada, es una figura respetada tanto por su familia, como por los habitantes fuera de la reserva. También se muestra a la dueña de la licorería, una madre soltera con un negocio prominente, a quienes los nativos americanos observan con respeto, esta fémina fuerte se verá obligada a tratar con los indígenas para evitar una conflicto cuando su hijo golpea terriblemente a Wesley. Las dos mujeres representan el fundamento de dos ideologías antagónicas.

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La tercera figura es la juventud como esperanza de rompimiento de las fronteras ideológicas, representado en una adolescente norteamericana que no posee prejuicio alguno sobre los nativo americanos. Esta niña entabla una relación cercana con Wesley y se niega a acatar las órdenes de sus hermanos que insisten en impedir que hable con su amigo indígena. Aquí el director muestra cómo el cambio de mentalidad de las juventudes actuales puede ser el factor de cambio que rompa las barreras hostiles que se forman en la ideología colectiva y así dos o más culturas puedan vivir en armonía a pesar de sus diferencias.

Land: Tierra de Nadie es una película difícil de digerir debido a sus largos planos que buscan retratar fielmente la vida de los nativos americanos, se prescinde de elementos artificiales que impulsen el ritmo de la película y se dedica a estudiar la fractura que existe entre dos pueblos que comparten una misma tierra.