Un hombre que solo busca “rescatar” a su mujer, un pretexto que da pie al inicio de una de las batallas más famosas. Menelao ha sido retratado como un hombre egoísta y visceral, hasta que el Teatro La Capilla —con la dramaturgia de Simon Abkarian— no presenta una versión más humana de este mítico personaje, quién nos va guiando por el florecer y el marchitar del amor.

Así como el caballo logró entrar a Troya para destruirlos desde adentro, Helena se metió en la vida de Menelao para poder conocer sus facetas más vulnerables. “Quiero a Menelao” fueron las palabras que Helena dijo cuando lo escogió —de entre muchos otros hombres— para ser su compañero. A pesar de la unión que parecía marcarse con estas palabras, el tiempo llevaría a Menelao a ver cómo su pareja se entregaría a Paris con gran deseo.

Más allá de algunos problemas de acústica que se experimentaron durante la función, Nicolás Sotnikoff entregó una actuación solemne durante el monólogo de este personaje histórico. Cada minuto que pasa en escena —o más bien en pantalla— Menelao va repartiendo las llaves para entrar a las habitaciones de su historia y enseñarnos a los demonios que ha cargado durante cientos de años y finalmente contar su versión; su sentir sobre la ira y el descontento por no ser suficiente para su mujer.

Un suelo cubierto de pétalos marchitos nos recuerda que el amor no solo es una forma luminiscente, sino que también es necesario que se desvanezca; que se marchite para tener la oportunidad de renacer en una forma diversa. Con la bien lograda ejecución de los elementos musicales —que suman a la exploración de este lenguaje virtual que las artes escénicas han tenido que realizar durante estos meses— consiguen que esta puesta sea una gran experiencia.