Uno de los compositores distinguidos del siglo veinte es, sin duda, Dmitri Shostakóvich, considerado uno de los mejores e irónicamente también de los peores captores de la esencia Soviética y moderna de Rusia. Su simpatía se refleja en la Suite de Jazz N.1 fechada el 24 de marzo de 1934, y yo les apuesto que con los primeros 23 segundos es suficiente para quedar maravillado.

Mi apuesta es tan atrevida como la osadía que iluminó a Shostakóvich en la composición de una suite de siete minutos, dividida en tres movimientos. A pesar de ser distintas, la pieza mantiene una narrativa constante, es una historia platicada con una orquesta, es una invitación a crear caricaturas mentales y darles vida con tan venturoso fondo musical.

El primer movimiento es un vals, inicia de una forma tosca y fuerte, pero el primer fraseo es el inicio perfecto: una tonada envolvente, se inserta en tu cabeza para permanecer todo el tiempo que pueda, después mantiene su ritmo danzante y a la vez entra el violín en escena, para darle un giro algo tétrico.

La polka es el segundo movimiento, son casi dos minutos de alegría, una melodía que te hace andar de arriba para abajo, bastante simpática, con la capacidad de llamar la atención de los niños y orillarlos a saltar, esconderse. Insisto, es música idónea para acompañar una historia caricaturesca.

El último movimiento es un foxtrot, que significa en su sentido literal “trote de zorro”, y se refiere a piezas de jazz en las que se bailaba imitando movimientos de animales. Este movimiento es el más explosivo, acumula cierta tensión, sin perder el hilo de las dos partes anteriores y estalla en una música que invita a marchar al ritmo de las trompetas y trombones.

Ya he descrito un poco sobre el deleite de apreciar a Shostakóvich, solo una parte muy pequeña de toda su creación, aún así, sostengo, que con los 23 segundos de la Suite N.1 de Jazz, van a querer escuchar no toda la pieza, sino toda la obra del gran compositor.