Mucho se ha hablado de la más reciente cinta de Alfonso Cuarón, Roma. Desde su estreno en Venecia  donde recibió una ovación de pie, la crítica de todo el mundo no ha parado de hablar de ella. Elogios y más elogios han sido responsables de crear grandes expectativas sobre la cinta inspirada en la infancia del mexicano.

En alguna entrevista oí decir a Cuarón que Roma era la primera película que él realmente consideraba cine. En otra ocasión confesó que Libo, su niñera, había sido parte fundamental en su acercamiento al séptimo arte. El director declaró la cinta como una carta de amor a su familia, de la que Libo también formaba parte.

Aunado a ello se creó la polémica sobre la participación de Netflix como casa productora, hecho que se convirtió en impedimento para que la obra pudiera exhibirse en salas comerciales. Ante este contexto en el que Roma llegó a México nació mi necesidad de verla, porque sí, a veces el cine para mí es necesario; pero debo confesar que esa inquietud nunca dejó de acompañarse de cierto escepticismo.

A la crítica y a los galardones cada vez les creo menos. Las declaraciones de Alfonso Cuarón eran tan humanas que en mi mente sonaban a pose y el conflicto de distribuidoras parecía mera estrategia de marketing. La experiencia me ha enseñado que no todo lo que brilla es oro, Roma me intrigaba pero en el fondo latía el miedo de que terminara decepcionándome.

También debo admitir que a Cuarón siempre lo respeté; entre el selecto grupo de mexicanos más exitosos en el mundo del séptimo arte, Cuarón siempre me ha parecido el mejor, el más ecuánime. En su filmografía La Princesita y Children of Men son mis favoritas, mi amor por él estaba ahí, aunque nunca fue desmedido. No peleé por él frente a sus detractores ni acompañaba su nombre con un sinfín de elogios.  

Hoy no puedo dejar de pensar en las conferencias, entrevistas y declaraciones del cineasta. Mi conclusión es sencilla: Cuarón nos mintió, Roma no es cine como dijo. ¡No lo es! Roma es un viaje a los recuerdos de su infancia, es más poderoso que una historia que genera empatía; su narrativa, su fotografía, su croma y sus sonidos nos trasladan a la mente del director, nos pone como un miembro más de la familia.

Sentada en la pequeña pero acogedora sala en la que vi la película, me convierto en el quinto hermano de la familia; me siento tan confundida como el resto. Me angustia el futuro de la madre y me indigna la ausencia del padre. Al mismo tiempo, la presencia de Cleo (Yalitza Aparicio) -que alude al papel que jugó Libo en la vida del director-  es reconfortante, y surge una necesidad por saber que no abandonará nunca la casa.

Alfonso Cuarón piensa que en Roma sólo hizo un trabajo de memoria para recuperar los detalles esenciales que le ayudarían a contar la historia. Lo que yo veo en pantalla es más que eso, veo vulnerabilidad al igual que fortaleza, veo solidaridad al mismo tiempo que culpa; en pocas palabras veo al ser humano y su bella complejidad. Disculpe mi necedad gran Cuarón, pero Roma no es cine, Roma es perfección.  

Es la carta de amor más bonita que jamás nadie haya hecho. Es la belleza mejor retratada, la más real. Amo la manera en la que cada cosa, hasta la más nimia, se coloca con una precisión y naturalidad únicas. Cuadro a cuadro es inspiradora, ¿qué tan genio se debe ser para convertir en arte una toma cerrada de un piso que es lavado? ¡Eres grande, Cuarón!

El director no quiso suavizar nada, no matizó la figura de los padres, no recreó una casa perfectamente pulcra, mucho menos idealizó las relaciones sanguíneas. En su construcción sólo  hay humanidad y eso la hace simplemente hermosa. El caos de una fiesta es tan bien recreada como el silencio incómodo de una plática dolorosa.

En pantalla es evidente que todo el equipo de producción, donde destacan Yalitza Aparicio y Nancy García García, dejó hasta el último rastro de talento, todos ejecutaron con gran honestidad. Lo que hizo el ganador del Oscar, no fue regalarnos su trabajo ni su obra, lo que él hizo fue regalarnos un pedacito de su corazón, uno que le perteneció a quien lo cuidó durante su infancia. ¿Existe un regalo más íntimo y preciado que ese?

Como buena cinéfila, siempre añoro las grandes cintas y directores. ¡Qué dicha saber que por fin soy testigo de una obra que pasará a la historia como un clásico y que en cincuenta años todos envidiarán a mi generación por haber vivido el estreno de Roma! No tengo duda que será una joya imperdible para futuros cineastas y adictos al séptimo arte.

Mientras escribo esta reseña veo el trailer ¡qué extraña sensación volver a emocionarme con tan sólo escuchar unas notas de piano fundiéndose con sonidos ambientales del México de los 70 -muchos de ellos aún permanecen en nuestro paisaje sonoro-. Me doy cuenta que esa es la señal para saber que mi amor por Cuarón creció desmedidamente en tan solo dos horas.

De ahora en adelante tiene mi adicción a lo que sea que haga. No importa si falla -como lo ha hecho Clint Eastwood-, seguirá viviendo en mi pedestal de ídolos y modelos a seguir. Podrá hacer mil refritos, para mí, Roma es suficiente para pasar alto cualquier error. La película ya tiene un lugar en mi top 5, quizá en el 3, probablemente sea la uno. Estoy demasiado emocionada para saberlo con precisión.

No volveré a pronunciar el nombre de Alfonso Cuarón sin querer hacerle justicia a su talento, pero debemos admitir que en Roma más que talento hay amor. La pieza es genuina, es original, no tiene sellos de ningún otro cineasta que conozca. Sin embargo, a mi mente vienen dos poderosos títulos, y sin afán de comparar me atrevo a hacer un juego de palabras para sintetizar el trabajo de Cuarón: Roma es La gran belleza de recibir 400 golpes de emoción.

¡Que viva Roma y que viva Alfonso Cuarón! Que vivan en la historia del cine por siempre.

  • Roma
  • México, 2018
  • Director: Alfonso Cuarón
  • Guión: Alfonso Cuarón
  • Con: Yalitza Aparicio, Marina de Tavira, Marco Graf, Diego Cortina Autrey
  • Duración: 135 minutos