Sin duda alguna, la plataforma de streaming más famosa ha conseguido dejar atrás su momento de moda para entrar en una etapa de estabilidad. Su consolidación le ha permitido crear una marca que se publicita y vende por sí misma. Tras el éxito de House of Cards, llegó Orange is the New Black , Sense 8, Stranger Things y así, año con año ha incrementado el número de producciones originales.

Para este año, Netflix estrenó un nuevo título: The End of the F***ing World y a tan sólo unos días de su lanzamiento ya ha causado revuelo. De entrada, el trailer atrapa a cualquier amante de lo hipster, sin embargo también resulta una trampa que se promueve con lo mejor, corrijo, con lo único bueno de la serie: sus tres primeros capítulos.

Pareciera que la moda es el mejor criterio para evaluar la oferta audiovisual. Basada en la obra homónima, The End of the F***ing World es una especie de mezcla entre Moonrise Kingdom y Submarine. Sí, tiene un soundtrack hermoso, también tiene esos aires de relaciones que aunque rayan en lo rosa salen del estereotipo “hollywoodense” y sí, comienza con un humor negro y un ritmo audaz, tal como nos gusta a los snobs. Todo ello se diluye hacia la mitad de la serie.

El ritmo se pierde, la historia comienza a perder fuerza para volverse predecible. Un par de adolescentes inadaptados y enojados con sus padres huyen de casa, ella finge experiencia sexual mientras esconde su fragilidad en una actitud irreverente; él cree ser un psicópata; ambos, con una familia disfuncional, lidian con sus ganas de libertad lejos de sus “fastidiosos” hogares. ¿En serio es tan difícil ver el rumbo que tomará el final?

Quizá el revuelo de la serie no fue producto de la moda. Probablemente los críticos se basaron en los primeros capítulos para hacer sus juicios, quizá los fans decidieron que cambiar de opinión a la mitad de la serie sería un error, pero vaya, son sólo ocho capítulos con una duración promedio de 20 minutos. Los cuatro episodios iniciales equivalen apenas al tiempo que cualquiera hubiera invertido en una sola sesión de Mindhunter o Black Mirror y representa menos de lo que duraría cualquier película.

Para ser justos, la serie tampoco es tan mala. A su favor tiene las actuaciones de Alex Lawther y Jessica Barden, su toque ácido, su estética y la rapidez con la que se le puede terminar de ver. Mismas razones por la que bien pudo ser una película, sin embargo, la decisión de convertirla en una serie nos hace intuir las intenciones de sacar el máximo provecho. No hay duda que de resultar un éxito habrá una segunda temporada, pese a que la historia del cómic ya fue contada en su totalidad.

En conclusión, la moda no siempre es garantía de calidad; la crítica -pagada o no-  ha sobrevalorado la serie que, desde mi punto de vista, valdría la pena ver sólo si es domingo, estás en cama y no hay nada mejor que hacer. Si no la ven, créanme, no es algo que lamentarán. Si en una comida familiar me preguntaran qué me pareció, la respuesta se limita a un: “meh”.