Desde perros, langostas hasta ciervos, Yorgos Lanthimos parece estar desarrollando una obsesión por crear analogías entre animales y la raza humana. Su humor negro aunado a una estética meticulosa ha hecho que la audiencia lo siga; otros, simplemente lo detestan por su sello un tanto esnob pero sobre todo por sus alegorías tan ocultas y complejas que resultan cansadas e incluso absurdas.

Lo que no podemos negar es que el buen arte siempre tiene este efecto, incita diversas reacciones y fomenta el debate real. Discusiones que se basen únicamente en la obra, en su lenguaje o su técnica, dejando atrás la fama o las convenciones políticamente correctas. En Daniela Michell, Lanthimos ya había dejado cierta fascinación con The Lobster, y este año lo logró de nuevo con The Killing of a Sacred Deer.

Fue así que el programa del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM) integró en su programación al director griego, por segunda ocasión. Esta vez, prometía un thriller psicológico al mero estilo de David Lynch. En su trailer, los diálogos seleccionados junto con una escalofriante versión a capella de ‘Burn’ de Ellie Goulding se mostraba una obra mucho más espeluznante  que su distópica Langosta.

 

Con la expectativa de ese minuto promocional, los primeros segundos de la cinta se vuelven aún más aberrantes. En la pantalla sólo vemos un corazón, mientras la obra se abre vemos que se trata de una operación pero la sangre y la confrontación con el órgano es inquietante. Poco a poco cada personaje contribuye a mantener ese juego psicológico de terror. Todos parecen ser psicópatas.

 

No hay duda, Yorgos Lanthimos logra sacar lo mejor de sus actores. Hizo con Colin Farrell y Nicole Kidman todo lo que Sofia Coppola no logró en The Beguiled; ahora Farrell figura como el el próximo DiCaprio de Lanthimos. El trabajo histriónico es especialmente extraordinario en su cast juvenil, Raffey Cassidy junto a Barry Keoghan logran enchinar la piel del público.

 

Pero ¿Qué pasa con la historia? De entrada, no se pueden buscar explicaciones a los planteamientos del director. Sus obras están trazadas sobre terreno fértil en justificaciones. Siempre es la sociedad, el egoísmo, las relaciones o cualquier mal social el que podría darle un toque de realismo a sus producciones. Omite lo evidente para darle al espectador -quien por cierto siempre deja la sala llena de dudas- la oportunidad de armar su propio discurso.

 

The Killing of a Sacred Deer va de un cardiólogo cuya negligencia médica alcanzó la vida de un paciente, diez años después le llega el karma; una especie de justicia divina que le es predicada por el hijo de su ex paciente. En una especie de hechizo, Steven Murphy tendrá que tomar la decisión más grande de su vida: sacrificar a un miembro de su familia o dejar que todos mueran.

 

Al parecer se tenía todo para una obra maestra, actores, estética e historia, pero por alguna razón la cinta no logra aterrizar en algo concreto. Cuando vi la cinta me sentía incrédula aunque reconocía todo el poder de los ambientes, pues el thriller psicológico que puso en marcha el director realmente tenía efectos en mí. Su humor negro lo agradecí a cada instante.

 

Al salir del cine, no sabía qué decir y mis risas ante lo que había visto seguían, quizá en tono de burla. Hoy, a unos días de haberla visto me doy cuenta que tiene muchos elementos dignos de ser admirados, pienso en ella y me doy cuenta que no me resultó tan molesta como pensaba. Al mismo tiempo estoy segura de que necesito una segunda visión de la película.

 

¿Se trata de un ciervo siendo cazado? ¿Es un acto de justicia que permite abrir paso a un renacer libre de culpas? ¿El sacrificio es el acto de matar o es el hecho de lo que uno hace por los que quieren? ¿Es una obra sobre lo políticamente correcto y lo incorrecto? ¿Es una confrontación de clases? No lo he descubierto aún, pero si ustedes ya lo hicieron, comenten y compartan.