El Premio Nobel de Literatura se ha convertido en una excusa para que las librerías llenen sus aparadores con la obra del ganador en turno, la Academia Sueca le ha dado -¿sin querer?- una estrategia de mercadotecnia única a todas aquellas empresas que lucran con las letras.

México es un buen ejemplo del poder de la mercadotecnia, o de qué otra forma se puede explicar que seamos uno de los países que más libros compran o que más ferias literarias organizan y a la vez, seamos uno de los países que menos leen, penúltimo lugar de acuerdo a cifras de la UNESCO.

El Nobel otorgado recientemente a Bob Dylan, trajo polémica e incluso el enojo una parte de la crítica especializada y la opinión popular, ¿Dylan, en serio?, fue el pensamiento de muchos de los quejosos. Antes de criticar o unirnos a la opinión popular, deberíamos de reflexionar y preguntarnos ¿realmente conocemos los criterios de premiación?, ¿realmente estamos familiarizados con los escritores ganadores?

 

Orhan Pamuk, Harold Pinter, Tomas Tranströmer, Svetlana Aleksiévich o Imre Kertész eran nombres prácticamente inéditos en nuestro país antes de hacerse con el galardón, e incluso, eran autores olvidados por las editoriales importantes antes de ser condecorados. Con esto no queremos decir que nadie los conociera, existen grandes lectores en nuestro país, en México habitan devoradores incansables de letras. Tampoco es el fin de este texto satanizar un premio que ayuda a sacar a la luz a grandes plumas, en mi experiencia personal debo decir que fue la importancia del Nobel la que me reveló a Kenzaburo Oé -ganador en el año 1994- y del que desde entonces, no me he separado.

El Premio Nobel de Literatura vive -como la mayoría de los premios-, en una lucha constante entre la moda, la tradición, la relevancia, el cliché  y la influencia de su historia. Es la labor de la audiencia no generalizar ni mimetizar comentarios, opinar a partir del conocimiento y no de la tendencia. El premio al término del día, no es nada sin nuestra atención y un libro comprado no es nada sin un lector que lo valore.

A propósito del triunfo de Dylan, un compañero y colega comentaba: “El Nobel de Literatura 2016 ha generado polémica, en lo personal celebro que Bob Dylan obtenga el premio. No se puede poner en tela de juicio la calidad de su obra. Este galardón se había tardado en llegar a Dylan, el poeta/músico conquistó el Pulitzer y el Príncipe de Asturias. No sé si merece el Nobel más o menos que otros, solo sé que lo ganó y está bien”. De acuerdo y de acuerdo con todas aquellas opiniones que se basan en la reflexión y el genuino interés en el arte.

A los grandes artistas tendríamos que celebrarlos con nuestro tiempo y nuestra atención. Heaney, Walcott, Brodsky, Canetti, Bellow, Kawabata o Quasimodo no se van a leer solos. Esta es una invitación para los lectores y para mí mismo, a no dejar que los nombres se esfumen en la rapidez del triunfo.

Conozcamos la obra de estos ganadores, éste es su verdadero triunfo porque a final de cuentas, el Nobel es para los bolsillos de las librerías.